Cómo el microondas ayudó a Inglaterra a vencer a los nazis

Por 10/07/2020 Portal

Los seres humanos somos hijos del fracaso. Según los antiguos griegos Zeus creó a todos los animales y cuando se disponía a repartir algunos dones entre ellos un terrible hastío se apoderó de él. Por ese motivo decidió encomendar a dos hermanos -Epimeteo y Prometeo- semejante labor.

Epimeteo, un personaje alocado, lo hizo sin mesura, repartió alas, garras, púas, colmillos, patas musculosas… a diestro y siniestro, es más, a algún animal le dotó con más de uno de estos apéndices. Así pasó, que cuando llegó a los humanos ya no quedaba ningún laurel anatómico con qué premiarlos.

Fue entonces cuando entró en acción su hermano Prometeo, bastante más perspicaz que él, para compensarnos decidió robar el fuego –la tecnología- del Olimpo. Fue aquel inesperado regalo lo que nos hizo diferentes y poderosos dentro del reino animal.

Un invento anti-nazi: el magnetrón
Al fracaso hay que unir la casualidad, la serendipia. Esto ha sido clave en muchos momentos de la historia de la ciencia, desde el descubrimiento de la penicilina hasta la aparición de la primera radiografía. Nuestra historia está plagada de ejemplos similares.

En 1941 los ingleses John Randall y H.A. Boot, dos científicos de la Universidad de Birmingham (Inglaterra), que trabajaban en la detección de aviones alemanes en el cielo inglés -mediante la emisión de ondas- diseñaron un aparato denominado magnetrón.

Fue un verdadero éxito que puso en apuros a la Luftwaffe. De no haber sido por este invento es posible que Inglaterra hubiese caído mucho antes que Estados Unidos se decidiera a intervenir en la contienda.

Tras la victoria aliada, el magnetrón quedó arrinconado junto a otros dispositivos de “no uso”, pero todo cambió en apenas dos años, cuando un ingeniero norteamericano, Percy Spencer, decidió optimizarlo.

Gracias a unas chocolatina
Parece ser que cierto día, Spencer se dio cuenta que mientras estaba frente al magnetrón una barrita de chocolate que llevaba en el bolsillo se había derretido. Es posible que para cualquiera de nosotros este suceso hubiese quedado en una simple anécdota, pero no para este científico.

Empezó a realizar diferentes experimentos, colocó un huevo y palomitas de maíz cerca del generador y analizó lo que sucedía. Asombrado vio, al cabo de un rato, que el huevo estaba perfectamente cocinado y que las palomitas habían reventado.

De esta forma tan inesperada acababa de descubrir que la exposición a microondas electromagnéticas era capaz de calentar los alimentos. Acababa de gestar la patente número 2.495.429 de los Estados Unidos, el microondas, que no fue comercializado hasta el año 1947.

Este invento no sólo cambió nuestras vidas sino también la disposición de las cocinas, fue necesario hacer un hueco a un nuevo electrodoméstico. Hay que recordar que los primeros prototipos no se parecían en nada a los actuales y que sus precios tampoco eran asequibles a todos los bolsillos.

El primer microondas medía más de un metro y medio y pesaba más de sesenta kilos, con un precio en el mercado que no bajaba de los tres mil dólares. El coste y las dimensiones frenaron su previsible éxito de ventas.

Spencer falleció en 1970, tras haber alumbrado más de un centenar de patentes, y sin conocer el verdadero alcance de su “magnetrón modificado”. Qué agradecidos están nuestros estómagos tanto a Prometeo como a Percy Spencer.

Pedro Gargantilla es médico internista del Hospital de El Escorial (Madrid) y autor de varios libros de divulgación.