El curioso fenómeno acústico que comparten Nueva York y El Escorial

Por 15/05/2021 Portal

Si tuviéramos que elegir cuál es el mayor icono cinematográfico de Nueva York algunos se decantarían por el rascacielos Empire State, otros por el puente de Brooklyn y algunos, seguramente, por Grand Central Station, la estación ferroviaria de la calle 42, en cuyos sótanos está el refugio del malvado Lex Luthor.

Se calcula que unos veinte millones de personas al año se acercan a esta estación, por la que circulan casi trescientos trenes diarios. Lo que quizás no todos sepan es que las bóvedas tabicadas que se levantan sobre ladrillos finos, siguiendo la tradición de los maestros medievales, fueron realizadas por el arquitecto español Rafael Gustavino.

Otro de los secretos que esconde está centenaria estación es la famosa galería de los susurros, junto al Oyster Bar. Los arcos de doble parábola permiten que dos personas puedan mantener una conversación de columna a columna sin tener que elevar la voz.

La clave de este “misterio” se esconde detrás de la cortina de la física de las ondas acústicas. Si una persona habla hacia una pared el sonido rebota en un ángulo de reflexión igual al de incidencia y en sentido contrario al de la fuente del sonido. En este caso no sucede porque las parábolas de la bóveda permiten que el sonido pueda “viajar” hasta el otro lado de la parábola y no rebote.

El primero en describir esta singularidad fue el físico John William S Rayleigh (1842-1919), a comienzos del siglo veinte. Se produce cuando la arquitectura es abovedada y no tiene aberturas por las que el sonido se podría escapar o sufrir reflexiones irregulares.

Además, es preciso que los materiales con los que está construida sean lo suficientemente elásticos, estén bien sellados, y que en ellos no haya resaltes ni huecos.

Los gabinetes secretos
No deja de ser curioso que el efecto se aprecia con mayor intensidad cuanto más bajo sea el susurro, ya que la voz se dispersará menos hacia los lados y será más fácil orientar su dirección.

A este tipo de arquitectura se le conoce como salas o gabinetes de secretos, ya que la construcción permite que se escuche todo cuanto se dice en un punto determinado de la habitación, a pesar de hacerlo en voz muy baja.

Esta característica no es exclusiva de la estación neoyorquina, lo podemos encontrar en el Palazzo del Podestá en Bolonia o en la londinense catedral de San Pablo.

Pero no hace falta irse tan lejos para disfrutar de este curioso efecto acústico, en nuestro país también se encuentra en la Galería de los Secretos del Monasterio de El Escorial, en la Sala de los Secretos de la Alhambra de Granada, situada en los sótanos de la Sala de Dos Hermanas, y en la cripta de la catedral gaditana.

Los ‘platillos volantes’ que anulan el efecto
En el caso del Royal Albert Hall, el gran auditorio londinense, estas singularidades acústicas jugaron en su contra, ya que se formaba un eco con los instrumentos de viento.

El edificio había sido construido a finales del siglo XIX, por encargado de la reina Victoria, y estaba pensado para una audiencia de ocho mil personas.

Los arquitectos se inspiraron en los teatros de la Roma clásica, optaron por una geometría elíptica en planta con una cúpula en altura. Las pésimas propiedades acústicas provocaron un tiempo de reverberación de once segundos, extremadamente lejos del ideal.

Después de múltiples intentos fallidos, el problema fue solucionado en 1969 con la colocación de difusores acústicos de fibra de vidrio en forma de disco, que se colgaron de una subestructura de cubierta. Estos difusores fueron una novedad en aquella época y alcanzaron tal popularidad que actualmente se les conoce como ‘platillos volantes’ o setas.

Pedro Gargantilla es médico internista del Hospital de El Escorial (Madrid) y autor de varios libros de divulgación.