El helio es el segundo elemento más abundante del universo, después del hidrógeno, se calcula que forma hasta el 24% de la masa detectable. Para que nos hagamos una idea, representa el 13% de la composición de Júpiter y el 23,8% de la masa del sol.
Hace tiempo que los astrofísicos descubrieron que en el universo, gracias a los procesos de fusión nuclear que se producen en el interior de las estrellas, se está produciendo helio de forma ininterrumpida.
El helio, además, es el segundo elemento más ligero, al estar compuesto por dos protones y dos electrones, y pertenece al grupo conocido como ‘gases nobles’. Todos ellos comparten una serie de singularidades, por una parte, son incoloros e inodoros y, por otra, tienen muy baja radiactividad química.
Un nuevo elemento de la tabla periódica
A pesar de su abundancia en el universo no fue descubierto hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XIX. Fue el 18 de agosto de 1868, durante un eclipse, cuando el francés Pierre Jules Janssen (1824-1907), al realizar una espectrometría, detectó una línea brillante amarilla en el espectro de la cromosfera solar. En aquellos momentos pensó que se trataba de sodio.
Apenas dos meses después otro científico, el inglés Norman Locyer (1836-1920), concluyó que estaba equivocado, que realmente era un nuevo elemento, un gas no detectado con anterioridad en nuestro planeta. Decidió bautizarlo como ‘helio’, ya que en griego antiguo esta palabra significa ‘sol’.
No obstante, tuvimos que esperar hasta 1882 para que un tercer científico, el italiano Luigi Palmieri (1807-1896), observara la característica línea amarilla en nuestro planeta, la descubrió el analizar la lava del Vesubio.
Muy poco frecuente en nuestro planeta
El helio que encontramos en la tierra procede de la desintegración radiactiva de algunos elementos, siendo los depósitos de gas natural la principal fuente de obtención. El helio es un recurso no renovable y, en estos momentos, la principal reserva mundial se encuentra en Texas (Estados Unidos).
Desde hace ya algún tiempo los científicos nos vienen avisando que la demanda de helio es superior a la oferta y que los suministros mundiales se están agotando, lo cual debería de ponernos en alerta. Y es que, a pesar de su escasez, el helio es un elemento químico fundamental para la ciencia, se usa para enfriar los imanes superconductores de las resonancias magnéticas; es el medio de refrigeración del Gran Colisionador de Hadrones (LHC) y gracias a él podemos calcular la edad de los minerales que contienen torio y uranio.
Afortunadamente no todo son malas noticias. En el año 2016 la comunidad científica se felicitó al descubrir un yacimiento de helio al este del valle del Rift, en Tanzania, que podría solucionar la escasez que tenemos.
Inhalar helio nos cambia la voz
Cuando emitimos palabras el aire viaja desde los pulmones hasta la laringe, donde se encuentran las cuerdas vocales, golpeando su parte inferior. Con ello provoca una vibración que influye de forma determinante en el tono de la voz.
Los sonidos de baja frecuencia se corresponden con un timbre grave, mientras que las frecuencias más altas las percibimos como un timbre más agudo. La frecuencia del sonido depende de la densidad del elemento que las hace vibrar, de forma que cuanto menos denso sea el medio mayor será la frecuencia y, por tanto, más alto el tono del sonido.
Comparativamente, la densidad del helio es mucho menor que la del aire, lo cual permite explicar que las cuerdas vocales vibren a una mayor velocidad y, por tanto, produzcan un tono más agudo.
Pedro Gargantilla es médico internista del Hospital de El Escorial (Madrid) y autor de varios libros de divulgación.