Las vacunas, el tema predilecto de los conspiranoicos

Por 20/12/2020 Portal

Las vacunas son un tipo especial de tratamiento, dado que están pensados para ser administrados a gente en principio sana para evitar la aparición de una dolencia. Por ese motivo son los productos terapéuticos más sujetos a controles que existen, buscando evitar que se dañe a un individuo, siguiendo el principio deontológico «primum non nocere» (ante todo, no dañar).

Estas consideraciones que hacen especiales a las vacunas en la medicina también las vuelven especiales ante los grupos conspiranoicos, ya que entienden las campañas de vacunación como el método de control más efectivo para todo tipo de tropelías. Entre ellas están las de inocularnos chips, o buscar una esterilización de la población, o directamente matarla, o simplemente generar por intereses económicos la cura a enfermedades creadas artificialmente por las mismas compañías, o que se busca por intereses económicos una supuesta protección ante enfermedades inexistentes.

«Entienden las campañas de vacunación como el método de control más efectivo para todo tipo de tropelías. Entre ellas están las de inocularnos chips, o buscar una esterilización de la población»

Cabe destacar que algunas de estas propuestas son manipulaciones o malas interpretaciones con cierta base real pero tergiversada, e incluso en algún caso se ha dado una mala práctica (como encubrir la búsqueda de Bin Laden tras una campaña local de vacunación contra la Hepatitis B por parte de la CIA), que inflaman las suspicacias de grupos que ya de por sí tienen una tendencia a desconfiar de todo aquello que suene a «oficial».

Por ejemplo, el tema del consabido chip tiene que ver con un comentario de Bill Gates acerca de usar un certificado digital tatuado o implantado de alguna forma en grupos nómadas para poder llevar un control de su calendario vacunal, que se ha distorsionado al estilo «teléfono loco» hasta el punto de proclamar que se busca inyectar chips capaces de controlar mentes o de mantener rastreado a los individuos para su control gubernamental.

El supuesto de que la vacunación pudiera llegar a ser obligatoria es otro punto que desata la histeria de estos grupos, pese a que no haya ningún viso de que vaya a ser así y, aunque, en tal caso, solo se podría hacer bajo los previstos legales de protección de la salud pública en situaciones extraordinarias, como ocurre con las demás vacunas.

«La propia situación de premura en la búsqueda de una vacuna eficaz y segura para atajar la pandemia está siendo una bomba de relojería para estos grupos»

La propia situación de premura en la búsqueda de una vacuna eficaz y segura para atajar la pandemia está siendo una bomba de relojería para estos grupos, que desconfían (al igual que mucha gente fuera de dichos grupos) de que una vacuna con tan poco rodaje pueda considerarse efectivamente segura y eficaz.

Este punto tiene bastante que ver con el desconocimiento social sobre cuál es el proceso de ensayos por etapas de la seguridad y eficacia de las vacunas, en cuyos pasos (varios de ellos burocráticos, que son los que se están agilizando al máximo) se llevan a cabo pruebas escalonadas de seguridad (primero en animales, luego en grupos cada vez más amplios de humanos cuando está constatada en animales) y de eficacia (de nuevo primero en animales, y luego en grupos de humanos para buscar también la dosificación más adecuada).

En resumen: ninguna vacuna que no se haya probado segura y con cierto nivel de eficacia va a ser aprobada por las regulaciones de los distintos países, sobre todo en un contexto donde el más mínimo recelo o problema que se intentara encubrir haría saltar por los aires la delicada confianza que este caso en concreto se tiene hacia el producto terapéutico final.

«En resumen: ninguna vacuna que no se haya probado segura y con cierto nivel de eficacia va a ser aprobada por las regulaciones de los distintos países»

Por supuesto, donde una persona corriente se sentiría tranquilizada conociendo estos detalles, un conspiranoico alegaría que a buen seguro los intereses económicos de las «malvadas farmacéuticas» buscarán esconder cualquier efecto secundario indeseable en pro de vender las dosis a los países. De poco servirá con ellos informarles de que existe un sistema de vigilancia perpetuo y constante de los efectos adversos reportados por las vacunas (causados o no por ellas) que se estudian para restringir el uso o retirar prontamente cualquier producto que, aun con toda la buena fe y buenas prácticas, haya mostrado tener algún efecto nocivo grave, quizás al ser aplicado a grupos de población mucho más amplios que los que los ensayos habían podido probar, por ejemplo por la alergia de un grupo poblacional a alguno de los componentes de la vacuna.

Un conspiranoico difícilmente asumirá que, tras esos probables casos de gente con problemas o fallecidos tras la vacunación (que con toda probabilidad se darán), se pueda concluir que no haya sido causado por la vacuna, sino que se constate que haya sido una simple casualidad. En cambio, verá un encubrimiento del veneno que las vacunas son en su mente prejuiciosa y cerrada a toda posibilidad ajena a lo contrario.

«Para combatir la hemorragia de desinformación tanto sobre vacunas como sobre la pandemia en sí, un primer paso debería ser desmantelar sus fuentes de procedencia»

Para combatir la hemorragia de desinformación tanto sobre vacunas como sobre la pandemia en sí, un primer paso debería ser desmantelar sus fuentes de procedencia. En este caso, personajes como Rafapal, Josep Pàmies o Luis Miguel de Ortega, o grupos como Discovery DSalud, Médicos por la Verdad, COMUSAV, ReVelión en la Granja y otros muchos deberían ser señalados y desenmascarados por sus mensajes interesadamente subversivos y desnortantes sobre el tema en la opinión pública.

Otros que pueden ser bienintencionados pero terminan siendo malefactores, como Iker Jiménez o la Universidad Católica de Murcia, deberían reconsiderar seriamente el impacto negativo que un vertido desafortunado de desinformación por su parte causa en la sociedad. Las redes sociales deberían intensificar las herramientas de reporte ante contenido fraudulento sobre vacunas o la COVID-19. YouTube está tomándose en serio este problema, pero la desinformación sigue creciendo a un volumen ingente pese a los esfuerzos, y eso cuando los hay: Twitter, Facebook o sobre todo Telegram son hervideros de promotores de falsas curas, negacionistas y conspiranoicos de todo pelaje.

«La segunda pata es, por supuesto, la información veraz, y sobretodo bien difundida y adecuada a una población que va muy escasa de conocimiento científico»

La segunda pata es, por supuesto, la información veraz y, sobre todo, bien difundida y adecuada a una población que va muy escasa de conocimiento científico y que le asusta cualquier atisbo de algo que suene a peligroso. Por ejemplo, si se ha de hablar de «vacunas de ARN recombinante», habrá que explicar, por varios medios y con todo el material audiovisual aclaratorio necesario, en qué consiste cada término, cuál es su mecanismo de funcionamiento y, sobre todo, cómo se prueba su seguridad, incidiendo siempre en que no va a salir al mercado nada que se haya comprobado representativamente nocivo (más allá de efectos secundarios leves como molestias pasajeras de tipo fiebre, dolor local, etc).

Cabe recordar que los grupos conspiranoicos sufren de una reforma del pensamiento como la que encontramos en grupos sectarios, en los que se invierten los términos de la realidad de forma que se dibuja como desinformación a las fuentes fidedignas (y fiables a los desinformadores), y poco menos que asesinos a los profesionales sanitarios, y «salvadores» a quienes ofertan fraudes terapéuticos o directamente niegan la enfermedad.

«A los más fanatizados de estos grupos no se le puede rescatar con argumentos racionales»

A los más fanatizados de estos grupos no se le puede rescatar con argumentos racionales, puesto que les han adoctrinado para repeler cualquier cosa que siga «el discurso oficial». Con ellos, la solución es compleja y costosa, pasando por profesionales de la psicología especializados en sectas; por ello, más vale prevenir la radicalización de gente que aún no haya caído o profundizado en estas redes mediante el resto de iniciativas.

Por supuesto, también hay que insistir en que no todos los que recelan de la gestión que se hace de la pandemia son forzosamente conspiranoicos o negacionistas, aunque es fácil que terminen mezclándose en este tipo de grupos por el proactivismo que muestran en contra de lo establecido. Esto hace imprescindible que se tenga que ser especialmente cuidadoso en segmentar las comunicaciones con sus componentes.

Emilio Molina es Vicepresidente de la Asociación para Proteger al Enfermo de Terapias Pseudocientíficas (APETP) y autor de «Las pseudoterapias»