En 1854, cuando un brote de cólera arrasaba uno de los barrios de la ciudad, el médico John Snow le pidió a las autoridades londinenses que cerraran el pozo del que bebía buena parte de la población. Snow había detallado una innegable relación entre los contagios y el consumo de agua —contaminada— de aquel surtidor. Para las autoridades, esa petición era peculiar, pues la conexión entre el cólera y el agua era completamente inesperada. El trabajo de Snow terminaría provocando un cambio de mentalidad a la hora de enfocar las epidemias: el agente infeccioso estaba en el agua y había que controlar su calidad y salubridad. Tras la pandemia de covid, deberían tomarse medidas similares con la calidad del aire, según sostiene un grupo de científicos en la revista Science.