El experimento con monos, chimpancés y humanos para comprender la evolución del lenguaje

Por 21/10/2020 Portal

Entre las cosas que nos definen como seres humanos está nuestra capacidad para el lenguaje. Este nos otorga una ventaja evolutiva considerable: la humanidad ha prosperado a raíz de compartir pensamientos, cultura, información y tecnología, todo ello transmitido a través de palabras. Sin embargo, su historia y cómo llegamos a perfeccionar el sistema aún arroja muchos enigmas. Ahora, investigadores de la Universidad de Warwick han logrado fechar cuándo establecimos las bases de lo que sería nuestra comunicación actual. Y ese momento está mucho más atrás de que fuéramos humanos: hace unos 30 o 40 millones de años, en el ancestro común que compartimos con monos y simios.

Los resultados, que acaban de ser publicados en la revista «Science Advances», han sido elaborados por un equipo internacional de investigadores, dirigido por Simon Townsend, de la Universidad de Warwick (Reino Unido). Estos investigadores han llevado a cabo un avance crucial en nuestra comprensión acerca de cómo evolucionaron los bloques de construcción cognitivos, claves y básicos para el lenguaje.

Palabras juntas, palabras separadas
Las palabras son las unidades clave para comprender las oraciones. Las habilidades cognitivas para combinarlas son básicas para sustentar el lenguaje. Pueden darse dos opciones: si se complementan una al lado de otra, lo que se conoce como «dependencia adyacente»; o si lo hacen pero sin estar pegadas, llamada «dependencia no adyacente». Por ejemplo, en la frase «el perro que mordió al gato se escapó» entendemos que es el perro el que se escapó y no el gato gracias a que podemos procesar la relación entre la primera y la última palabra en el contexto de la frase.

«La mayoría de los animales no pueden producir dependencias no adyacentes en sus propios sistemas de comunicación natural», explica Stuart Watson, investigador de la Universidad de Zürich y que también participó en el estudio. Por ejemplo, los chimpancés comunes emiten más de 15 tipos de llamadas diferentes con determinados significados: cuando están emocionados, producen unos gritos que van aumentando de intensidad hasta parecer casi ladridos; o los bonobos avisan a sus compañeros con una tonalidad específica cuando encuentran una fuente de alimentos. Pero no hay pruebas de sistemas complejos con estructuras de dependencia no adyacente. «Sin embargo, queríamos saber si, no obstante, podrían entenderlas», apostilla el investigador.

Un experiemento compartido
El equipo de investigación utilizó un nuevo enfoque experimental en sus experimentos: crearon «gramáticas artificiales» en las que se utilizaron secuencias compuestas por tonos sin sentido en lugar de palabras para examinar las habilidades de los sujetos para procesar las relaciones entre los sonidos. Es decir, crearon una especie de «lenguaje» con sonidos. Esto hizo posible comparar la capacidad de reconocer dependencias no adyacentes entre tres especies de primates diferentes que no comparten un idioma común: titíes comunes (un mono brasileño), chimpancés y humanos.

«A cada especie se le mostró una gran cantidad de secuencias acústicas compuestas de diferentes sonidos. Estas secuencias eran predecibles, ya que el elemento auditivo ‘A’ significaba que el elemento ‘B’ ocurriría seguro más adelante en la secuencia, incluso si a veces estaban separados por otros sonidos (por ejemplo, ‘A’ y ‘B’ están separados por ‘X’ )», explica a ABC Watson. «Esto simula un patrón en el lenguaje humano, donde, por ejemplo, esperamos que un sustantivo (por ejemplo, «el perro») sea seguido por un verbo (por ejemplo, «se escapó»), independientemente de cualquier otra parte de la oración en el medio (por ejemplo, «que mordió al gato”). Procesar este tipo de relaciones distantes entre palabras o frases es crucial para el lenguaje».

En los experimentos siguientes se reprodujeron combinaciones de sonidos que rompían las reglas aprendidas previamente (por ejemplo, ‘A’ va seguida de ‘C’ en lugar de ‘B’). A los voluntarios humanos solo había que preguntarles directamente si creían que las secuencias de sonido eran similares o diferentes en comparación con lo que habían escuchado antes. Pero obviamente con los animales el enfoque debía de ser diferente: «Se confió en el hecho de que cuando los animales escuchan algo inesperado, tienden a mirar hacia la fuente del sonido. Por lo tanto, predijimos que si podían procesar las reglas por las cuales nuestras secuencias estaban estructuradas, entonces deberían mirar hacia el altavoz durante más tiempo después de las secuencias que violaron sus expectativas», continúa Watson.

Los resultados
Los resultados indican que las tres especies podían procesar fácilmente las relaciones entre los elementos sonoros adyacentes, pero también pudieron entender las no adyacentes. «Si bien los titíes eran generalmente un poco más sensibles a los sonidos, no detectamos ninguna diferencia entre las dos especies en su capacidad para procesar dependencias no adyacentes», confirma Watson. Es por ello llegaron a la conclusión de que la capacidad para procesar los mecanismos de dependencia no adyacente está muy extendido en la familia de los primates. Además, esto implica que «esta característica crítica del lenguaje ya existía en nuestros antepasados primates, anterior a la evolución del lenguaje mismo, desde hace al menos 30 o 40 millones de años», afirma Townsend.

«Se han realizado experimentos similares en animales antes. Sin embargo, presentamos los primeros datos que muestran que los chimpancés son capaces de procesar este tipo de secuencias acústicas. Esto es crucial porque, como nuestros parientes vivos más cercanos, las comparaciones con los chimpancés nos brindan información importante sobre nuestro pasado evolutivo reciente», afirma por su parte Watson. Es decir, llevamos millones de años compartiendo con los primates la capacidad de entender el contexto y la relación entre «palabras». O, al menos, entre sonidos.