Hay una molécula frágil e inestable que es esencial para la existencia humana: se trata del ARN, encargado de recoger las instrucciones de la vida guardadas en el ADN y convertirlas en las proteínas que nos permiten respirar, comer, correr o leer. Es una molécula efímera porque se desintegra pronto, pero sirve para casi todo. Incluso para curar enfermos: las vacunas contra la covid basadas en la tecnología de ARN mensajero —son las propias células del cuerpo las que producen moléculas con capacidad terapéutica— han salvado miles de vidas y sus artífices, los investigadores Katalin Karikó y Drew Weissman, acaban de llevarse el Nobel de Medicina por el desarrollo de esta técnica. Su potencial, de hecho, va más allá de la covid y la comunidad científica ya explora sus posibilidades en otras enfermedades, como el cáncer, la gripe, el VIH o dolencias autoinmunes.