¿Podría caer sobre nuestras cabezas la Estación Espacial Internacional?

By 03/11/2020 Portal

La Estación Espacial Internacional (ISS) celebra su 20 aniversario. Dos décadas han transcurrido desde que el 2 de noviembre del año 2000 los primeros astronautas llegaran a aquel «mecano» espacial gigante que empezó a construirse a unos 400 kilómetros sobre nuestras cabezas tan solo dos años antes. Uno de los proyectos de cooperación internacional más ambicioso ejecutado hasta ahora por la humanidad, a la que ha llevado a descubrimientos increíbles, desde las consecuencias de permanecer mucho tiempo en gravedad cero a cómo se las apañan las hormigas para crear colonias espaciales. Pero, inevitablemente, como cualquier experimento, todo tiene un fin, y parece que la ISS no conocerá la década de 2030. ¿Qué ocurrirá entonces?

La ISS se ha ido convirtiendo en un enorme laboratorio en órbita: su construcción total requirió de 42 lanzamientos diferentes, cuyas piezas ahora forman un conjunto que pesa más de 450 toneladas, con la longitud de casi un campo de fútbol y un volumen habitable de una casa con cinco habitaciones, según la NASA. Y, aún así, tan solo tarda 92 minutos en dar la vuelta a la Tierra. «El recorrido de Nueva York a París se hace en unos 10 minutos desde nuestra perspectiva: miras por la ventana y estás en América. Te vas a hacer un café y, a la vuelta, ya estás en Europa», explicaba el astronauta francés Thomas Pesquet, una de las 240 personas -entre los que también se cuentan los primeros turistas espaciales, como Dennis Tito, que visitó las instalaciones en 2001; o el ministro de Ciencia Pedro Duque, el único español que, de momento, ha viajado al espacio- que han vivido en aquellos módulos.

Pero no se puede quedar de forma indefinida orbitando la Tierra: necesita un impulso regular o una inyección de combustible de la nave espacial visitante, que hasta ahora le proporcionan los viajes regulares a la estación. Pero si eso se detiene o algo sale mal, entonces el laboratorio espacial se precipitará hacia nuestro planeta. Por ello es necesario tener un plan para cuando esto ocurra.

No llegará a 2030
«Nadie tenía idea de cómo construir algo como esto cuando comenzamos la ISS», explica a Space.com
Christian Maender, director de fabricación e investigación espacial de la empresa estadounidense Axiom, que planea construir su propia estación espacial. «Construimos el proyecto de ingeniería más grande de la historia en tiempos de paz, y diseñamos piezas de una nave espacial que no se tocaron hasta que llegaron a órbita». Una proeza humana que tiene asegurada su continuidad hasta 2024, ya que la financiación de dos de sus principales socios, Estados Unidos y Rusia, está confirmada hasta esa fecha.

A partir de ahí, a la ISS le sobrevuela un futuro algo incierto: «Si bien tiene aprobadas operaciones hasta al menos diciembre de 2024 por los gobiernos socios internacionales, desde un punto de vista técnico, hemos autorizado a la ISS para que vuele hasta finales de 2028», afirman desde la NASA. «Además, nuestro análisis no ha identificado ningún problema que nos impida extendernos más allá de 2028 si es necesario».

No sería la primera misión que sigue operando más allá de lo planeado. De hecho, es una tónica general: Curiosity lleva en Marte casi ocho años, aunque en un principio se planeó para menos de dos; o las Voyager siguen enviando información de su viaje a la Tierra más de cuatro décadas después de su despegue.

Planes en el aire
Pero algún día llegará el fin de la ISS. La instalación ha envejecido durante este tiempo y se encuentra siempre en constante riesgo de impacto contra micrometeoritos o basura espacial. Además, ella misma se convertirá en una amenaza si su final no se gestiona de forma correcta. El plan inicial era dejarla flotando como chatarra espacial, si bien la cuestión de los residuos en órbita empieza a ser preocupante y eliminó esa posibilidad hace tiempo. También se barajó dejarla caer en el Pacífico de forma controlada en torno a 2020, si bien gestionar un «monstruo» de 400 toneladas no parece empresa fácil -como ya mostró la catástrofe con Skylab en los setenta, y eso que las instalaciones solo pesaban apenas un cuarto que la ISS-. Otra salida podría ser equiparla para viajes turísticos espaciales de empresas privadas, como SpaceX o Boeing, quienes ya están preparando sus primeros prototipos. Sin embargo, de momento no hay ningún plan oficial.

«Estamos trabajando activamente con toda la asociación de la ISS en planes para desorbitar la estación espacial de manera segura al final de su vida útil», afirman desde la NASA

A pesar de todo, desde la NASA confirman que sí existen algunos planes pensados en caso de que la ISS se salga de la órbita de la Tierra o incluso una respuesta si ocurre algún tipo de catástrofe. Pero, por el momento, son planes secretos. «Estamos trabajando activamente con toda la asociación de la ISS en planes para desorbitar la estación espacial de manera segura al final de su vida útil», afirman desde la NASA sin concretar más. Un futuro aún en el aire.

Tanque de oxígeno de Skylab caído en Australia – Geoff Grewar
Lo que nos enseñó la catástrofe de Skylab
Antes de la ISS hubo algunos proyectos nacionales precursores: la Mir-2 rusa, el módulo europeo Columbus o la estación estadounidense Skylab, el primer intento de EE. UU. en colocar un laboratorio espacial en órbita. La NASA había planeado una destrucción controlada del equipo, utilizando un transbordador espacial que la dirigiera hacia la atmósfera, donde estaba previsto que la mayoría de sus 80 toneladas quedaran reducidas a escombros.

Pero el vuelo del transbordador se retrasó, y Skylab se salió de órbita en 1979, quedando a la deriva. Estos hechos coincidieron con un momento en el que la actividad solar aumentó, calentando y expandiendo la atmósfera terrestre, lo que precipitó que la nave cayera por sí sola y fuera de control a la Tierra. Hasta Australia llegaron enormes trozos de aquel laboratorio espacial, incluido un tanque gigante de oxígeno. Este episodio, junto con la concienciación acerca de la basura espacial, supuso un antes y un después en la forma en la que las agencias tratan de gestionar sus residuos espaciales.