Los romanos abandonaron Hispania durante un importante cambio climático

Por 09/09/2020 Portal

«Desde una perspectiva planetaria, los romanos eran afortunados», escribe Kyle Harper en el «El fatal destino de Roma» (Crítica). «El imperio alcanzó su máxima extensión y prosperidad —entre el 200 a.C. y el 150 d.C.— al abrigo de un período del Holoceno tardío conocido como Óptimo Climático Romano (OCR)». Según el historiador, dicho OCR fue fundamentalmente una fase de clima cálido, húmedo y estable en una buena parte del corazón del imperio: el Mar Mediterráneo.

Este benévolo clima permitió levantar un imperio agrícola, que a su vez sustentó un determinado régimen político y económico y «un círculo virtuoso de imperio y prosperidad», según Harper. Pero desde el siglo II d.C., la suerte de los romanos empezó a declinar. Entre el 150 y el 450 d.C. se produjo una drástica secuencia de cambios climáticos que culminaron con la Pequeña Edad de Hielo tardía, seguida por un espasmo de actividad volcánica, entre los años 530 y 540, y una caída profunda del flujo de energía solar. Por si fuera poco, en los años 165 d.C., 249 d.C. y 541 d.C. Roma sufrió tres episodios pandémicos, quizás de viruela, de una plaga desconocida y de peste, respectivamente.

Hasta ahora se han propuesto cientos de explicaciones sobre la caída de Roma, pero, ¿qué papel tuvo el clima? En los últimos años, cada vez más investigadores han estudiado sedimentos de lagos y mares, núcleos de hielo y piedras, para obtener un registro geoquímico del clima que existió durante la historia de Roma. Esta misma semana, un grupo de investigadores ha presentado unas conclusiones que muestran que existe otro modo de estudiar el clima del pasado, a través de estalactitas de yeso. Su trabajo, realizado con muestras recogidas de las cuevas de Sorbas, en Almería, también indica claramente que, en el mismo periodo en que Roma abandonó Hispania, en el siglo V d.C., la Península Ibérica atravesó una época de descenso de precipitaciones.

«Hemos podido estudiar el clima durante el periodo en que los romanos ocuparon la Península Ibérica y vincularlo con el momento en que la abandonaron», ha explicado a ABC Fernando Gázquez, profesor de Geodinámica Externa de la Universidad de Almería y coautor del estudio, fruto de una colaboración internacional. «Además, ésta es la primera vez que se ha empleado una estalactita de yeso para estudiar el clima pasado».

Varias estalactitas de yeso de las cuevas de Sorbas, en Almería. La estructura del yeso encierra agua filtrada desde el techo de la cueva hace siglos o incluso milenios

Cortesía de Fernando Gázquez
En 2018 Fernando Gázquez fue uno de los autores de un trabajo que situó la existencia de una importante sequía durante el período en que se produjo el colapso de la civilización maya. Lo hicieron por medio de los testigos más frecuentes para estudiar las precipitaciones del pasado: los sedimentos de yeso depositados bajo las aguas de los lagos durante siglos.

Una estalactita con mil años de historia
El problema es que no en todas la zonas de la Tierra suele haber lagos, por lo que la información sobre el clima pasado de zonas más áridas tiende a escasear. Sin embargo, gracias a una técnica puesta a punto en la Universidad de Cambridge, Reino Unido, y desarrollada durante 15 años, los autores han podido recurrir a otro recurso: un estalactita de yeso que creció durante siglos en el interior de la cuevas de Sorbas, en Almería.

«Estudiamos una estalactica que empezó a crecer en el siglo VIII a.C. y que dejó de crecer en el VIII d.C.», ha explicado Gázquez. ¿Cómo lo hizo? Gota a gota, muy lentamente, el terreno llevó el agua hasta el subsuelo y alimentó una estalactica, de 63 centímetros de largo, que encierra en su interior importante información sobre las precipitaciones del pasado, como si se tratara de una auténtica cápsula del tiempo.

La estalactica analizada en este estudio medía 63 centímetros y encerraba la historia de 1.000 años de precipitaciones – Cortesía de Fernando Gázquez

Para poder reconstruir las precipitaciones del pasado con esta estalactita, en primer lugar, un grupo de investigadores de la Universidad de Quebec (Canadá) dató la estalactita, midiendo la presencia de isótopos de torio y de uranio. Una vez establecida la antigüedad de la roca, el equipo de Gázquez evaluó la proporción de tres isótopos de oxígeno (el 16, el 17 y el 18). La premisa es que cuanta más evaporación se produce, y menos lluvias, el agua que forma parte de la estructura cristalina del yeso está enriquecida de isótopos pesados. (Recordemos que los isótopos son átomos de un mismo elemento químico con diferente masa atómica).

De esta forma, que requiere una tecnología más compleja que la empleada en sedimentos de lagos, «se han analizado los isótopos estables de las moléculas de agua atrapadas en el yeso», ha explicado Fernando Gázquez. «Y las diferencias mínimas en el peso de las mismas han dado la información acerca de la humedad que había en la cueva y en su entorno y cómo ha ido cambiando con el tiempo».

El cambio climático que sufrió Roma
Gracias a esto, según Fernando Gázquez el estudio «ha revelado que los romanos ocuparon la Península Ibérica coincidiendo con un cambio climático que llevó a que lloviera mucho más en esta región durante varios siglos». Según ha dicho, ésto coincidió «con el máximo desarrollo del Imperio» porque probablemente las condiciones eran más favorables para culivar cereales, vid y olivo.

Sin embargo, esta situación ventajosa llegó a su fin: «Entre el I y V d.C. el clima se hizo cada vez más seco, hasta el punto de que coincidiendo con el máximo de aridez y, por ello, con una baja productividad agrícola, los romanos abandonaron la Península».

No obstante, y según ha reconocido este investigador, el estudio no implica que el cambio climático fuera la razón por la que los romanos se fueron de la Península Ibérica, pero sí que «sugiere que el clima pudo tener un papel fundamental».

A continuación, los investigadores seguirán estudiando las estalacticas de las cuevas de Sorbas en busca de «cápsulas del tiempo» que tengan atrapados otros períodos históricos. Además de eso, Gázquez ha comentado que esta técnica podrá emplearse en otras áreas del mundo donde existen cuevas con estalacticas de yeso, como Estados Unidos, México, Italia o Australia.

Las enseñanzas de la caída de Roma
Tanto los sedimentos de los lagos como las estalactitas muestran que, a lo largo de la vida del imperio romano, el clima no fue un telón de fondo estable, sino que fluctuó como consecuencia de cambios en la actividad solar y de las erupciones volcánicas.

Al igual que Roma, nuestra civilización hace frente hoy en día al reto de los cambios del clima, encabezados por el calentamiento global, y las pandemias. Por eso, quizás conviene recordar una cita que Kyle Harper escribe en el «El fatal destino de Roma»: «La historia ha sido y sigue siendo una atestada plataforma para los asuntos humanos, tan inestable como la cubierta de un barco en una borrasca violenta».