En las últimas semanas, varios son los organismos relacionados con el clima espacial que han alertado sobre intensas llamaradas o incluso gigantescas erupciones solares. Sin ir más lejos, este domingo se reportó un ‘cañón de fuego’ que se elevó hasta los 20.000 kilómetros de altura (si bien era diez veces más largo) y que liberó poderosas corrientes de viento solar magnetizado que podrían llegar a la Tierra y crear auroras en latitudes poco usuales. Un día después, la Oficina Meteorológica del Reino Unido confirmaba un segundo estallido cuyos efectos podríamos sentir a finales de esta semana.
Todos estos fenómenos, ¿acaso significan que nuestra estrella está cambiando? «En realidad, todo esto es normal», explica Javier Rodríguez-Pacheco, catedrático de Astronomía y Astrofísica de la Universidad de Alcalá (UAH) e investigador principal de EPD, las siglas del instrumento Energetic Particle Detector (Detector de Partículas Energéticas en su traducción al español) a bordo de la misión Solar Orbiter, que está acercándose al Sol para ‘escudriñar’ de cerca a nuestra estrella y desentrañar algunos de sus misterios, incluidos los ciclos solares. «Vamos subiendo en la actividad del ciclo solar, y a medida que sube se esperan más erupciones», añade.
Porque las estrellas son enormes bolas de fluido extremadamente caliente, cargadas eléctricamente. Esta carga eléctrica se mueve, generando potentes campos magnéticos. Cada once años (más o menos), este campo magnético se ‘voltea’: los polos norte y sur intercambian posiciones. Y, después de otros once años, vuelven a su lugar. Cada uno es un ciclo y, también en cada uno, se da un máximo y un mínimo solar en los que la actividad de la estrella aumenta y disminuye. Los científicos pueden saber en qué fase se encuentra el Sol debido a la cantidad de manchas que se pueden observar en su superficie.
«En el máximo solar -previsto para 2025- se producirá el pico del número de manchas, que suele ir acompañado con mayor actividad de tormentas solares», afirma Rodríguez-Pacheco. Y, a mayor número de manchas, aumenta la probabilidad de fulguraciones o de eyecciones coronales de masa, que provocan tormentas solares y que tienen consecuencias sobre el entorno del Sistema Solar. «Sin embargo, los sucesos más intensos, de partículas y tormentas, no suelen tener lugar en el máximo sino después del máximo. Es como si la energía magnética que está ahí almacenada tardara un poquito más en liberarse. Es justamente en la caída del ciclo cuando se observan los sucesos más intensos».
Tormentas solares
Porque sí, las erupciones del Sol envían poderosos ‘chorros’ de materia y energía al espacio. En la Tierra, lo más común es que sintamos este poder por las auroras boreales, las vistosas luminiscencias en el cielo provocadas por la interacción de estas partículas cargadas que envía nuestra estrella y nuestra atmósfera. Es algo común cerca de los polos, ya que nuestro campo magnético, una suerte de ‘capa protectora’ natural de nuestro planeta, es más débil en estos puntos; sin embargo, con tormentas solares más fuertes, el campo magnético se deforma aún más, provocando que estas auroras sean visibles en puntos donde no son habituales (de hecho, se han recogido auroras incluso en Madrid).
En el caso de eventos extremos, se podrían producir daños en las comunicaciones por radio, en las redes eléctricas terrestres e incluso dejar fuera de juego a los satélites (de hecho, hace unas semanas, SpaceX reportó que cuarenta de sus ‘soldados satelitales’ de Starlink quedaron literalmente ‘fritos’ por una tormenta solar). «La física solar lleva, sobre todo desde la misión SOHO, advirtiendo de estos peligros y las autoridades han tomado nota. Por ejemplo, en EEUU, donde sus redes eléctricas tienen una mayor debilidad que las que existen aquí, en España».
Un ciclo muy intenso
La actividad del Sol solo se monitoriza científicamente desde 1755, por lo que hasta ahora la humanidad solo ha podido asistir a 24 ciclos completos. El 25 comenzaba oficialmente en diciembre de 2019, según anunciaron la NASA y la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica de los Estados Unidos (NOAA). El que se quedaba atrás dejaba un periodo ‘tranquilo’: el máximo de manchas solares fue de 116, frente a una media de 179.
Sin embargo, un estudio liderado por expertos del Centro Nacional de Investigación Atmosférica de EE. UU. (NCAR) y publicado en la revista ‘Solar Physics’ ya vaticinaba once años más ‘movidos’, con entre 210 y 260 manchas en el máximo, lo que le colocaría en el ranking de los más activos jamás observados. «Sin embargo, estamos viendo que las predicciones se han quedado cortas», afirma el astrofísico de la UAH, quien explica que su equipo, al principio de la misión Solar Orbiter, recibía con entusiasmo cualquier eyección del Sol, que podría servir para que su instrumento, EPD, recogiera datos. «Pero ahora ocurren más o menos cada semana. De heco, a finales de marzo se han contado el doble de manchas de lo que predecía el modelo, siendo el número más alto de los últimos siete años. Todo indica que nos dirigimos hacia un ciclo intenso».
Aún así, calma. «No hay que estar preocupados, sino preparados. Y para eso está la ciencia. No podemos controlar la naturaleza, pero sí entenderla, y misiones como Solar Orbiter nos ayudarán a afinar los modelos y a comprender mejor qué es lo que ocurre con estos ciclos solares, que aún no entendemos del todo».