Cuando en los años ochenta se estrenó la película En busca del fuego, basada en un clásico de la literatura sobre la prehistoria de principios del siglo XX, muchos científicos la criticaron con cierto desprecio por una escena que entonces parecía inverosímil: el sexo entre un sapiens —nuestra especie— y un neandertal —una especie humana extinta hace unos 40.000 años—. Aquello parecía entonces imposible, incluso absurdo: la idea de la evolución que primaba es que unas especies humanas sucedieron a otras en una evolución lineal hacia el presente, o sea, hacia nosotros mismos. Las especies más antiguas se iban quedando atrás y triunfaban las más modernas. Pudieron convivir en el tiempo y en el espacio durante un tiempo, pero no confraternizar y mucho menos cruzarse. Sin embargo, Svante Pääbo, que este lunes recibió el premio Nobel de medicina, lo cambió todo. Y de paso nos cambió a nosotros.