El químico Jean-Pierre Sauvage entorna los ojos para viajar mentalmente a un mundo que ya no existe. Nació en el París del que huían los nazis hace 78 años, en los estertores de la II Guerra Mundial. Su padre, Camille Sauvage, era un clarinetista de jazz muy conocido en Francia, que abandonó a su bebé y prosiguió su carrera artística como compositor de bandas sonoras de películas. La madre, Lydie Angèle Arcelin, ama de casa, rehizo su vida junto a un “cariñoso y atento” militar del Ejército del Aire que no paraba de cambiar de destino. El pequeño Jean-Pierre aterrizaba cada año en un lugar diferente: Túnez, Argelia, Estados Unidos. “No era muy buen alumno porque cambiaba de colegio todo el tiempo”, rememora. Sauvage parecía condenado al fracaso académico, pero acabó ganando el Nobel de Química de 2016 por “insuflar un sucedáneo de vida a unas moléculas que estaban desprovistas de ella”, en sus propias palabras.