The Osiris-Rex ship returns to Earth this Sunday with an important gift: extraterrestrial material

Siete años han pasado desde que la nave Osiris-Rex levantase el vuelo desde Cabo Cañaveral, en Florida (EE.UU.). El objetivo de la NASA era recolectar muestras de Bennu, un raro asteroide primitivo del tamaño del Empire State Building de Nueva York, potencialmente peligroso para la Tierra por su cercanía con nosotros (está a ‘solo’ 300 millones de kilómetros), pero que guarda muchos de los secretos del origen del Sistema Solar. No fue una hazaña fácil: la sonda casi queda empantanada entre sus rocas, mucho más porosas de lo que los científicos habían imaginado. Pero lo consiguió. Y no fue la primera (ese honor lo ostentan las misiones japonesas Hayabusa 1 y Hayabusa 2, que le arrancaron parte de su cuerpo al asteroide Ryugu ), pero sí la nave que porta la tecnología más avanzada. Este domingo, si todo va según lo previsto, a las 12.42 del mediodía (hora española), pasará cerca de casa para lanzarnos su preciado botín –más de 100 gramos de Bennu, la mayor cantidad jamás recolectada de un asteroide– y continuar su camino hacia la siguiente roca espacial de la que espera recoger restos: Apophis, el asteroide apodado como ‘dios del caos’, con probabilidades de impactar contra la Tierra en 2068 . El camino de vuelta tampoco ha sido sencillo. Después de tomar las muestras en octubre de 2020 , estuvo casi medio año preparando su regreso, que comenzó en marzo del año siguiente. Desde entonces, los ingenieros de la NASA han estado monitorizando y llevando a cabo maniobras para que la nave suelte a 102.000 kilómetros sobre la superficie terrestre su importante carga extraterrestre hoy. El último de estos movimientos se produjo hace justo una semana, cuando un desplazamiento desvió el aterrizaje (previsto para unos minutos antes de las 17 horas) a 12,5 kilómetros del lugar previsto, predeterminado en un área de 58 kilómetros de largo por 14 kilómetros de ancho, sobre un polígono militar en el desierto de Utah. Unas maniobras ensayadas hasta la extenuación, muy delicadas. Tanto que podrían llevar al fracaso de toda la misión. Momentos críticos de la operación Existen varios puntos críticos en las maniobras. «Si la cápsula entra en un ángulo demasiado alto, rebotará sobre la atmósfera», explicó en rueda de prensa Mike Moreau, subdirector del proyecto OSIRIS-REx en el Goddard Space Flight Center de la NASA en Greenbelt (Maryland). Esta posibilidad provocaría que las muestras acabasen perdidas por el cosmos. No es el único riesgo, porque «con un ángulo demasiado bajo, se quemará en la atmósfera de la Tierra», señaló Moreau, que informó de que el receptáculo tendrá que soportar temperaturas superiores a los 2.800 ºC. Para evitar que sufra daños, la cápsula está diseñada para absorber y disipar el calor que se produce durante el reingreso, incluso cuando está completamente envuelta en una bola de fuego. En su etapa más intensa de desaceleración, la sonda experimentará fuerzas de hasta 32 veces la gravedad de la Tierra y brillará con suficiente calor como para permitir a la NASA trazar su trayectoria desde el suelo utilizando imágenes infrarrojas. También puede ocurrir un desastre intermedio, y que la cápsula no se queme por el roce atmosférico, pero que su velocidad sea tan alta (ingresará en nuestros dominios a 12 kilómetros por segundo) que acabe destrozada contra el suelo. Eso puede pasar si alguno de sus paracaídas no se despliega de forma correcta. El primero lo hará a los once minutos del aterrizaje y servirá, aparte de para estabilizar la cápsula, para reducir la velocidad de velocidad hipersónica a subsónica. El segundo y principal lo hará cinco minutos después, y servirá para que la sonda aterrice suavemente sobre el suelo a unos 16 kilómetros por hora. Traslado a la sala blanca «Una vez que la cápsula aterrice, nuestro equipo correrá contrarreloj para recuperarla y llevarla a la seguridad de una sala limpia temporal», prosiguió Moreau. Sobre el lugar se tomarán y analizarán muestras del suelo en el lugar de aterrizaje para ayudar a descartar la posibilidad de contaminación de la muestra por su impacto con la superficie. Ya en la sala blanca, los técnicos quitarán el protector de la cápsula de retorno para acceder al contenedor sellado del material procedente de Bennu. Desde allí, el contenedor viajará al Centro Espacial Johnson de la NASA, en Houston (Texas), donde al menos 100 gramos que, según los primeros cálculos (aunque algunos datos apuntan a que podría ser el doble), porta la sonda, serán repartidos en varios paquetes: un cuarto del contenido para el equipo de Osiris-Rex; y, el resto, para la comunidad científica internacional, que tendrá la oportunidad de estudiar las muestras «durante las próximas décadas», dice la agencia espacial estadounidense. Bennu, ‘el destructor de mundos’ Entre el más del millón de asteroides conocidos, Bennu es uno de los más cercanos. Como además está en un plano de órbita similar al de la Tierra, es uno de los más fáciles de visitar. Su tamaño, de 492 metros, y su periodo de rotación, de 4,3 horas, le hacen adecuado para orbitarlo con una nave. Además, se da la circunstancia de que esta roca espacial, apodada ‘el destructor de mundos’, pueda chocar contra nosotros. Y los astrónomos han dado una fecha: el 24 de septiembre de 2182. Sin embargo, los especialistas llaman a la calma. Las posibilidades, aunque reales, son bajas: uno entre 2.700, alrededor del 0,037%, según datos de la NASA. Aparte de consideraciones técnicas o de aspectos catastrofistas, Bennu es un asteroide importante porque es una «cápsula del tiempo» de los comienzos del Sistema Solar. Se cree que se formó hace unos 4.500 millones de años y que ha permanecido inalterado desde entonces, si bien surgió tras el impacto de dos objetos progenitores, hace mil o dos mil millones de años. Su composición, muy rica en carbono, y la presencia de agua en sus minerales, le hacen muy interesante para estudiar no solo la formación de nuestro vecindario cósmico, sino también la aparición de los precursores que originaron la vida. De hecho, su análisis será clave para determinar si es cierta la teoría de que esta, o al menos sus ‘ladrillos básicos’ llegaron a bordo de alguna roca espacial que colisionó contra la Tierra en algún momento al principio de los tiempos. Bennu puede tener la clave de este y de otros misterios, incluidos los que aún no nos hemos tan siquiera planteado.