En una recóndita zona de la actual Jordania, hace más de 9.000 años, una tribu decidió enterrar a una persona menor de edad recién fenecida por todo lo alto. El rito mortuorio que practicaron, más que una ceremonia contemporánea familiar de duelo discreto, probablemente congregó a todos los habitantes del poblado Ba’ja, y quizá incluso a personas de los alrededores. Al menor se le construyó una pequeña sepultura hecha con piedras verticales y se le enterró bajo otras, cortadas y trabajadas, en el sótano de una casa ya edificada de varios pisos. El entierro culminó con esta sociedad neolítica depositando un elaborado ornamento corporal de miles de cuentas sobre el cadáver, de aproximadamente ocho años y del que se desconoce el sexo. La presencia en la tumba de ocre, un pigmento rojizo, esparcido por todo el cuerpo del difunto, y especialmente depositado en un montoncito junto a las piernas, indicaría que se trata de un ritual.