Entrevistamos a la científica argentina Melina Furman, magíster y doctora en educación por la Universidad de Columbia y referente en América Latina y el Caribe por especializarse en el abordaje de la educación científica en la región. Además, fue una de las figuras referentes que participó del coloquio “Educación para las ciencias”, dentro del ciclo Ciencia en Movimiento que impulsa el Foro CILAC
Melina Furman es una mujer con plena vocación científica y eso lo demuestra con cada idea que transmite. Aparte de haberse graduado como bióloga, dedicó su trayectoria a investigar los diferentes abordajes de educación en Ciencias y Tecnología que funcionan en el mundo y que impulsan el desarrollo de un pensamiento crítico en las personas. Para esto se tituló como magister en la Universidad de Columbia en Nueva York, y posteriormente obtuvo su diploma en el mismo centro educativo como Doctora en la temática. Actualmente es investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) de Argentina y Profesora Asociada de la Escuela de Educación de la Universidad de San Andrés, en ese mismo país.
Desde una profunda sensibilidad, Furman conversó con UNESCO Montevideo para detallar dónde se encuentran los baches en América Latina y el Caribe en cuanto al abordaje de la ciencia en términos educativos, cuáles son las eventuales soluciones y qué prácticas se deberían emplear para poder transformar el paradigma educativo científico, con el fin de actualizar la manera en que se presenta la ciencia a los jóvenes latinoamericanos, desde la educación inicial hasta los niveles más avanzados de aprendizaje formal.
La destacada especialista, además, participó el pasado 14 de octubre del tercer coloquio del ciclo Ciencia en Movimiento, que organiza el FORO CILAC, titulado “Educación para las ciencias”.
¿De qué manera se enseña hoy ciencia en las escuelas de la región?
Claramente, nuestra región tiene una deuda fuerte con cómo enseñar ciencia a los jóvenes en el siglo XXI, de aplicar otras maneras de aprendizaje que, por cierto, están muy avaladas por la investigación educativa y son importantísimas para generar un gusto por la ciencia y la alfabetización científica, que es el gran objetivo. Se trata de actividades que están más relacionadas con lo experimental y con la posibilidad de generar observaciones de fenómenos, sacar conclusiones, trabajar con datos y poder analizar casos y dilemas, poder debatir y argumentar con evidencia. Todo este trabajo, que se relaciona con generar habilidades de pensamiento, lamentablemente está muy poco presente en las aulas de América Latina y el Caribe.
La tendencia actual compartida en la enseñanza de las ciencias en nuestra región, en cambio, está enfocada en la transmisión de contenido conceptual y conceptos acabados. Hechos y datos relacionados con el funcionamiento del mundo natural, por ejemplo, de la biofísica, de la química, donde los docentes exponen y los alumnos toman nota o hacen alguna pregunta.
¿Eso sucede en otras partes del mundo o, de lo contrario, existen países que han actualizado el paradigma de educación científica?
Es una manera de enseñar que no se da únicamente en América Latina y que muchas otras regiones ya la han superado. En Europa, por ejemplo, Países Nórdicos, Australia, Canadá, EEUU, hoy enseñan un tipo de ciencia más aggiornada y más alineada con las prácticas científicas. Allí los estudiantes son los protagonistas en la construcción de conocimiento, trabajan de manera colaborativa, exploran los fenómenos, realizan investigaciones. Es una enseñanza más activa y menos enciclopédica. No es sencilla, requiere docentes muy capacitados, pero es posible y los resultados son muy buenos, realmente.
¿Cuáles son los indicadores para visualizar qué niveles de pensamiento científico tienen incorporado los niños/jóvenes en esta parte del mundo?
Los indicadores más conocidos son las evaluaciones estandarizadas, tanto internacionales como nacionales. Una muy conocida en América Latina es la que hace la UNESCO que tiene una mirada puesta en primaria y en aprendizajes en ciencias naturales. Hace una comparativa entre los diferentes países y los resultados dicen que el nivel general de competencias científicas de los estudiantes es muy bajo. Hay altos porcentajes de niños y niñas que no llegan a los niveles esperados.
Lo mismo muestran las pruebas PISA, que son las que toma la OCDE a los estudiantes de 15 años y que evalúa específicamente las competencias científicas, aparte de otras áreas. Con propuestas que implican pensar, analizar, resolver y que van más allá de la mera enunciación de conocimiento declarativos. Y en esas evaluaciones, con algunas pequeñas diferencias entre país, en América Latina como bloque tenemos bajos resultados.
Lo que también muestra el estado de situación actual son las evaluaciones nacionales y las investigaciones que hacen una mirada más cualitativa, donde se hacen evaluaciones a docentes y entrevistas a los alumnos, etc. Pero el cuadro general muestra siempre que hay mucho que fortalecer.
¿Cuáles serían esas nuevas prácticas innovadoras de aprendizaje científico que se deben incorporar al esquema de enseñanza?
Cuestiones más genéricas a todas las áreas de aprendizaje más activo. Por ejemplo, un trabajo con la metacognición, es decir, con la reflexión sobre el propio aprendizaje. O un trabajo basado en la resolución de problemas auténticos de la vida real. Es necesario apoyarse más en la tecnología, con enfoque STEM, que propone que la ciencia y la tecnología se pueden abordar, muchas veces, de manera integrada. Todo esto está avalado por la investigación educativa, pero todavía tenemos mucho que hacer para incorporarlo a nuestra aulas.
En resumen, las prácticas son las que tiene que ver con la indagación, como te comenté antes. Que los alumnos puedan formular preguntas investigables o trabajar a partir de preguntas dadas por el docente, que puedan hacer investigaciones guiadas de fenómenos de la realidad. También hace falta trabajar con episodios de la historia de la ciencia. Me refiero a los relatos. A través de la narrativa se hace visible “la cocina” de la construcción del conocimiento científico y eso permite que los estudiantes vean a la ciencia desde un lado más humano y más apasionante.
Hay poco trabajo con dilemas socio-científicos. Situaciones donde el conocimiento científico tiene mucho para aportar, y otros campos del conocimiento que son relevantes para aportar a esas discusiones, donde los estudiantes aprenden a argumentar, a debatir con justificaciones basadas en evidencia.
¿Existen formaciones específicas para que los docentes incorporen nuevas prácticas a la enseñanza científica?
Hay mucho camino investigado sobre cómo preparar a los docentes para este tipo de prácticas más innovadoras y potentes, que pone a los alumnos en un lugar más protagónico. Está constatado, por ejemplo, que hay que fortalecer esto en la formación inicial de los futuros docentes. Que se dispongan espacios donde ellos puedan desarrollar el conocimiento didáctico de contenido. Esto es no sólo aprender sobre los temas desde lo conceptual, sino también desde la didáctica, combinado con la didáctica.
Por ejemplo, ¿cuáles son las mejores maneras de enseñar fotosíntesis a un niño de 10 años de acuerdo a cómo aprenden los niños a esa edad? Ideas básicas de fotosíntesis, respuestas posibles, actividades complementarias, etc. Hay que darle más importancia a los docentes que están por egresar para que puedan fortalecer el enfoque didáctico a través de actividades vivenciales y reflexivas, donde ellos puedan vivir en carne propia estrategias de enseñanzas más innovadoras, para que, después, puedan poner en juego en sus propias aulas.
Es súper importante, también, que los futuros docentes, en su carrera, puedan trabajar con docentes en ejercicio. Que puedan servir de buenos modelos y de buenas prácticas. Y armar redes de escuelas que estén haciendo un trabajo interesante que sea inspirador para los docentes que se van a recibir.
¿Qué tan importante es la formación de docentes que ya están en ejercicio hace años?
La formación continua es clave para que los profesores puedan seguir ensayando nuevas maneras de hacer las cosas con sus propios estudiantes y armar, también, comunidades de práctica donde puedan evaluar lo que hicieron: cómo les fue, qué se puede hacer distinto, analizar los trabajos de los alumnos para ver qué están entendiendo y qué no, cómo llegar a todos los estudiantes e incorporar enfoques que puedan reconocer a toda la diversidad existente en las aulas. Esto también se debe fortalecer en nuestra región.
¿Impulsar o desestimular la vocación científica recae únicamente en los docentes?
Despertar la vocación científica depende de varias cosas. Claro que, muchas veces, hay entornos familiares o intereses personales que los chicos ya traen consigo. También influye en qué cultura estamos, cuánto se valora la ciencia en la sociedad que vivimos. Cuánto acceso hay a recursos de educación informal de la ciencia: programas de TV, series, libros, museos. Todo lo que está alrededor de la escuela es clave para despertar en ese interés. Hay que seguir fortaleciendo esto en nuestra región.
Por supuesto que lo que sucede dentro del aula es determiannte. Sobre todo en la secundaria, por ejemplo. El modo en que los profesores presentan la ciencia es importantísimo para que los alumnos sientan que les puede interesar, que tiene conexión con lo que les pasa en la vida real y que, en verdad, ellos también pueden hacer por sí mismos. Muchas veces sucede lo contrario, justamente, y a los estudiantes se les hace sentir que la ciencias son difíciles, que es aburrido, ajeno y que solo es para unos pocos, no para todo el mundo. Una pena.
¿Ese nuevo paradigma que usted menciona debería contemplarse, entonces, en todos los niveles del sistema educativo latinoamericano?
Este paradigma debe empezar en el jardín de infantes, cuando se dan los primeros rudimentos del pensamiento científico: hay mucha curiosidad y un montón de ganas de explorar. Hay que aprovechar ese impulso. Y es esencial que se sostenga después en la escuela primaria y que también sea parte de cómo se enseña en la secundaria. Es un camino que debe tener mucha coherencia entre todos los niveles y debe darse de manera sostenida con profesores trabajando en la misma dirección para que esa alfabetización científica se produzca, porque realmente es muy importante.
¿Cuáles serían los beneficios sociales de un país que educa a sus niños/jóvenes desde el pensamiento científico?
Está más que comprobado que una sociedad que educa a sus niños y jóvenes en el pensamiento científico genera una ciudadanía mucho más preparada para enfrentar los grandes dilemas que existen. Los grandes problemas globales que tenemos en la actualidad: ambientales, de salud, de alimentación. Decisiones individuales y colectivas que hay que tomar con conocimiento sólido. Y también ciudadanos y ciudadanas mejor preparados para discernir para entender la información que reciben. Para saber si lo que leen tiene evidencia que la respalde o no, y ser susceptible a las noticias falsas, por ejemplo. Todo eso con la pandemia ha quedado de relieve.
Y creo que el otro beneficio, que también es muy válido pero no se comenta tanto, es el hecho de construir una ciudadanía que disfrute del conocimiento. Que tenga interés de saber cómo funcionan las cosas, que se haga preguntas, que sea curiosa y tenga ganas de aprender toda la vida. Las ciencias naturales son un terreno muy fértil para fomentar esa curiosidad que es tan importante para cualquier persona que vive en este mundo tan cambiante.
¿Es usted optimista en que América Latina y el Caribe podrán revertir este escenario en el corto plazo?
Depende el día que me lo preguntes. A veces sí y otros no tanto. Revertir este escenario depende de varias cosas. Primero, fortalecer la carrera docente, la formación continua y ofrecer mejores condiciones de trabajo. En algunos países como Argentina o Uruguay, la mayoría de los profesores del nivel secundario trabajan en más de una escuela y no tienen tiempo remunerado para capacitarse o reunirse con sus colegas. Se les paga por el tiempo que están frente a los alumnos. Hay que fortalecer a los equipos directivos para que cada escuela se convierta en un espacio de innovación pedagógica, quitarles carga burocrática, darles recursos y autonomía. Revertir esto requiere inversión en formación docente y en recursos para las escuelas.
La inversión se debe traducir en programas de formación, buenos programas didácticos, políticas de acompañamiento a los docentes, de rendición de cuentas, de poder evaluar cómo y qué se hace bien.
Implica también darnos cuenta como sociedad que aprender ciencias y tecnología es esencial para ser un ciudadano pleno en el mundo de hoy, para la vida que los chicos y chicas van a vivir como adultos. Aca hay algo que también podemos hacer. Nuestros sistemas educativos a veces, como hay tanto por mejorar, sienten que la prioridad es aprender la lengua y las matemáticas, y las ciencias naturales y sociales quedan de lado, cuando son partes del mundo esenciales. Son campos de conocimiento clave para la formación integral de los chicos, como lo es también el arte y el deporte. Es esencial poner a la ciencia como prioridad en las escuelas para lograr una población con pensamiento crítico dispuesta a seguir aprendiendo toda la vida.