Un encarnizado debate de décadas entre paleoartistas y científicos parece que llega a su fin: los Tyrannosaurus rex tenían labios. O, en su defecto, un tejido blando que recubría y humedecía sus dientes, además de protegerlos del exterior. Así, su representación de perfil es menos similar a la de los cocodrilos contemporáneos, famosos por sus fauces con los colmillos hacia afuera, y podrían estar más emparentados con los lagartos actuales.