La guerra contra el virus de inmunodeficiencia humano (VIH) es una historia de éxito: todavía no se ha encontrado una cura, pero los tratamientos antirretrovirales han logrado mantenerlo a raya y que el diagnóstico de infección por VIH deje de ser esa sentencia de muerte que se firmaba sin remedio en los años ochenta. Si se tratan, los pacientes viven. Y aunque el mundo sigue batallando para erradicar el virus y diagnosticar y tratar cuanto antes en todo el planeta, el triunfo parcial contra virus ha abierto también en los últimos años un nuevo melón para médicos y pacientes: el envejecimiento de los supervivientes. El peaje de convivir con el VIH puede ser una vejez prematura, avisan los expertos, y mayor riesgo de algunas enfermedades, como tumores o problemas neurológicos y de salud mental. “Lo que sufrimos las personas de largo recorrido, aparte de depresión y ansiedad por ese recorrido, es el deterioro cognitivo, como pérdidas de memoria. Te pasa con 45 años lo que te tendría que pasar con 65”, enumera Carlos López, de 57 años y 33 con VIH. Los profesionales reclaman más recursos psicosociales y los pacientes urgen más formación a las nuevas generaciones de sanitarios: no solo pesa la carga viral, sino toda la mochila de dolencias asociadas que arrastra el VIH.