Durante siglos, los observatorios astronómicos estaban en las ciudades. Los astrónomos observaban las estrellas desde el centro de Berlín, Londres, Madrid… La creciente iluminación de las urbes obligó a sacarlos de allí. Primero a las afueras y después cada vez más lejos y, en especial, cada vez más alto. Los miradores celestiales activos en Europa o Estados Unidos están en las cumbres, como los de Calar Alto, en Almería, o el del Roque de los Muchachos, en La Palma. Pero ni siquiera eso los está salvando de la contaminación lumínica: un estudio del brillo nocturno sobre el cielo de los principales observatorios del planeta muestra que la mayoría tienen tanta luz que ciega a sus telescopios.