Durante cientos de miles de años, los humanos adultos no podían digerir la leche. Su organismo no la metabolizaba correctamente al no disponer de una enzima (la lactasa), que permite absorber la lactosa, el principal carbohidrato de origen lácteo. Sin embargo, hace unos pocos milenios (el momento exacto varía según la región) los europeos empezaron a consumir productos lácteos. También se produjo una mutación genética permitiendo la persistencia de la lactasa después del destete. La ciencia consideraba estos dos procesos como uno de los mayores ejemplos de convergencia evolutiva: el consumo de un líquido con tantos nutrientes era una ventaja si disponías de la capacidad de asimilarla. Ahora, uno de los mayores estudios realizados hasta la fecha muestra que no hubo tal convergencia. El trabajo, que ha analizado miles de cerámicas con restos de lácteos y el ADN antiguo de centenares de humanos prehistóricos, concluye que los europeos consumían leche mucho antes de poder digerirla.