Desde hace un tiempo los científicos no tienen que buscar gotas de sangre o huesos antiguos para hallar ADN. Nosotros (y nuestros antepasados) llevamos miles de años tosiendo, escupiendo y derramando nuestro material genético por toda la Tierra. Y aún seguimos haciéndolo. Todo esto provoca que se puedan encontrar restos de vida humana en casi todas partes del globo: desde playas a océanos, viajando por los ríos, enterrados en el hielo, presentes en los desiertos… incluso flotando en el aire. Así lo atestigua el estudio de un grupo de científicos de la Universidad de Florida (EE.UU.) que acaba de publicarse en la revista ‘ Nature Ecology and Evolution ‘. El grupo, capitaneado por David Duffy, profesor de genómica de enfermedades de la vida silvestre de la citada universidad, ya había utilizado ADN ambiental (el material genético que los seres vivos dejan tras de sí, como fluidos o deposiciones) para estudiar a las tortugas marinas, en peligro de extinción, y los cánceres virales a los que son susceptibles estos animales. En concreto, lo extrajeron de las huellas en la arena de las tortugas, un esfuerzo que aceleró enormemente su programa de investigación. Pero en las muestras encontraron algo más. Había mezclado con el ADN de las tortugas ADN humano. No era algo que les pillara por sorpresa y, de hecho, lo buscaron. Lo que si les impresionó fue la cantidad y la calidad de los restos, de los que pudieron extraer información sensible como enfermedades que padecía la persona que ‘dejó’ allí su impronta genética. Noticia Relacionada estandar No Los secretos que desvela el ADN de la momia de la malograda infanta Leonor de Castilla Sara Palomo Díaz et al. Poco se sabía salvo que murió aproximadamente a los 19 años en Montpellier por causas desconocidas a finales del siglo XIII. Su ADN reveló que era hija legítima de Alfonso X y poseía el cabello oscuro y los ojos verde avellana y una tez clara El siguiente paso era probar que aquel ADN accidental no era, en realidad, un accidente, sino que los humanos están constantemente impregnando con su ‘esencia’ por todo tipo de ambientes. Algo así como lo que ocurre con los microplásticos. Así, el equipo encontró gran cantidad de material genético humano en el mar y los ríos que rodean su laboratorio en Florida. También en playas supuestamente aisladas. Pidieron muestras al Servicio de Parques Nacionales, concretamente de una isla remota en la que rara vez el ser humano ha estado. Aquí no encontraron ADN humano, pero sí pudieron rescatarlo de muestras de arena de las huellas que uno de los voluntarios dejó al pisar la playa y secuenciar parte de su genoma (que es algo así como el ‘carnet de identidad’ de nuestras células, nuestro código de instrucciones genético). Duffy incluso probó en su Irlanda natal, rastreando a lo largo de un río que serpentea a través de la ciudad en su camino hacia el océano. allí el investigador encontró ADN en numerosas partes salvo en el comienzo del río, lejos de la civilización. No acabaron ahí las pruebas: los científicos también recolectaron muestras del aire de la habitación de un hospital veterinario. Recuperaron ADN que coincidía con el del personal, con el del paciente animal y con el de virus animales comunes. «Nos ha sorprendido constantemente a lo largo de este proyecto la cantidad de ADN humano que encontramos y la calidad de ese ADN», señala Duffy. «En la mayoría de los casos, la calidad es casi equivalente a si tomas una muestra directamente de la persona». De hecho, las muestras eran tan buenas que los científicos pudieron identificar mutaciones asociadas con enfermedades y determinar la ascendencia genética de las poblaciones cercanas. Incluso pudieron hacer coincidir la información genética con los participantes individuales que se habían ofrecido como voluntarios para recuperar su ADN errante. Una oportunidad la para ciencia, un dilema ético Una vez demostrado que el ADN humano está ‘desparramado’ por gran cantidad de lugares, los autores señalan que habría que tomar cartas en el asunto: piden que los legisladores y las comunidades científicas se tomen en serio problemas relacionados con el consentimiento y la privacidad, aunque siempre teniendo en cuenta lo que este material genético ‘errante’ puede proporcionar a la ciencia. «Por ejemplo, se podrían rastrear las mutaciones del cáncer en las aguas residuales o detectar sitios arqueológicos no descubiertos al buscar ADN humano oculto. O los detectives podrían identificar a los sospechosos a partir del ADN que flota en el aire de la escena del crimen», señala Duffy. «Pero eso también significa que si no descartas la información humana, cualquiera puede venir y recolectar esta información, lo que plantea problemas en torno al consentimiento. ¿Es necesario obtener el consentimiento para tomar esas muestras? ¿O instituir algunos controles para eliminar la información humana?». MÁS INFORMACIÓN noticia No Erupciones solares y cañones de fuego: ¿Debemos preocuparnos por lo que está ocurriendo en la superficie del Sol? noticia No La empresa del astronauta español Michael López-Alegría cultivará células madre en serie en el espacio Como siempre, la mejora de la tecnología conlleva sus cosas buenas y sus cosas no tan buenas. «Aquí no es diferente», señala Duffy. «Estos son problemas que estamos tratando de plantear temprano para que los legisladores y la sociedad tengan tiempo de desarrollar regulaciones».