Dos barcos funerarios vikingos emergieron de las entrañas de la tierra en el verano de 1901, cuando una vieja presa del río local reventó en el pueblo sueco de Sala, cerca de una centenaria mina de plata. El primer arqueólogo que llegó al lugar, Oscar Almgren, se encontró en una de estas barcazas, enterrada en una islita fluvial hacia el año 950, con los restos de una mujer tumbada boca arriba, con la cabeza orientada hacia la puesta de sol y tres broches en el pecho. El análisis del ADN de sus huesos y de los de otros 300 individuos antiguos hallados por toda Escandinavia ofrece ahora un resultado sorprendente: se encuentran más huellas genéticas foráneas en época vikinga que entre los actuales suecos con cuatro abuelos de la misma región. La variedad genética se esfumó en un breve periodo de tiempo. Ahora la gran pregunta es por qué.