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Foro Cilac: saberes ancestrales y ciencia moderna dialogan en América Latina.

ladiaria.com.uy

Antes de la llegada del mundo occidental al territorio de América Latina, los pueblos originarios ya habían realizado obras de arquitectura e ingeniería con una matemática propia y exacta, conocían el comportamiento de los animales, de la luna y del sol para saber cuándo sembrar, así como las propiedades de las plantas para curar. La mayoría de estos saberes se transmitió de generación en generación, y hoy en día son conservados por las diversas comunidades indígenas que viven en el continente.

Si bien históricamente varias de estas culturas quedaron subordinadas a los intereses occidentales, hace unos 30 años que en la comunidad académica latinoamericana se comenzó a hablar de interculturalidad. Según varios informes internacionales divulgados en estos años, la diversidad se ha señalado como una riqueza que aporta al conocimiento universal, comentó a la diaria Yuri Zapata, vicerrector de la Universidad de las Regiones Autónomas de la Costa Caribe Nicaragüense.

Los sistemas de conocimiento indígena y su relación con la ciencia fueron una de las temáticas que estuvieron presentes en el Foro de Ciencias de Latinoamérica y el Caribe (Cilac), organizado por UNESCO y que tiene lugar en el marco de las actividades del Día del Futuro. El evento tuvo como objetivo movilizar a los actores de la región vinculados a la innovación, la ciencia, la cultura y la educación, para tener una visión en común, así como para ver las capacidades y oportunidades de la región, expresó Lidia Brito, directora de la oficina regional de Cilac en Montevideo. Esta iniciativa se propone elaborar recomendaciones para el Foro Mundial de Ciencia que se realizará en 2017 en Jordania.

En el marco del Cilac, varios investigadores vinculados a esta temática fundaron la red intercultural de universidades, de la que también forma parte la Universidad de la República, para trabajar en conjunto y generar un diálogo de saberes, aunque en varias de estas universidades ya hay indígenas estudiando y trabajando como investigadores.

“En la práctica, estos saberes están relacionándose entre sí; por ejemplo, en Perú es muy común que las personas mezclemos medicinas y cuando lleguemos a nuestra casa tomemos un mate de hierbas”, comentó el doctor en Filosofía Fidel Tubino, profesor de la Pontificia Universidad Católica de Perú. Aunque para él hay una apertura en la gente, los más resistentes a incorporar conocimientos ancestrales son los médicos.

En este sentido, además de la invisibilidad política y económica de los pueblos originarios, hay una invisibilidad epistemológica, remarcó el doctor en Educación Manuel Muñoz, director del Instituto de Estudios Interculturales de la Universidad Javeriana de Cali, citando al líder indígena Alcibíades. El doctor señaló que en la época de la colonialización fueron los filósofos, juristas, teólogos y científicos quienes argumentaron que los afrodescendientes no tenían alma y no eran sujetos de derecho. Por su parte, añadió que la ciencia de aquel momento estableció que los indígenas tenían un “alma incipiente”, por lo que eran considerados menores de edad. Pero cuando la ciencia comienza a tener rupturas profundas en los criterios de verdad, para él, comienza el diálogo de saberes.

Según Zapata, en la actualidad tiene lugar un proceso de construcción del pensamiento, porque “para entender otros saberes hay que deconstruir lo que ya sabes, hay que decolonizar la mente para entender que hay otros sistemas”. La experiencia del ingeniero agrónomo Arturo Martínez, miembro del International Council for Science (ICSU), fue diferente, ya que incorporó los sistemas de conocimiento ancestral desde que estudiaba agronomía. “Elegí un cultivo andino, era natural que hablara con locales; en mi primer viaje fui a Misiones a buscar maíces tunicatas, que para la gente eran sagrados”, explicó, y añadió que con sus colegas de agricultura industrial no puede hablar de estos temas, pero sí con biólogos y botánicos.

En una línea similar, el biólogo Arturo Argueta, de la Universidad Nacional Autónoma de México, dio un “giro” a su carrera cuando estudiaba: “La mayoría de nosotros tenemos parientes indígenas, así que cuando empecé a estudiar biología se me ocurrió visitarlos y descubrí su mundo, pero [el giro] fue cuando ellos me empezaron a preguntar qué hacía en la universidad y si eso me serviría para ayudarlos a resolver sus problemas”.

Más que plantas

Los pueblos originarios tienen una relación diferente con la naturaleza, señaló Tubino, y añadió que las plantas, por ejemplo, no son objetos de estudio, sino sujetos que enseñan. La interpretación de los signos del comportamiento de los animales y del movimiento de la luna y del sol es parte también de esta relación particular con la naturaleza. Además de esto, los pueblos ancestrales tienen una percepción del mundo en la que los recursos biológicos juegan un rol fundamental en su religión, comentó Martínez. No obstante, uno de los problemas es la secularización de saberes, advirtió Argueta, a la vez que añadió que los saberes ancestrales tienen “conocimientos holísticos muy importantes”. Al respecto, Martínez contó sobre una vez en que estaba recolectando plantas en México y un indígena le advirtió que si se recostaba debajo de determinado árbol, iba a tener problemas: “Uno entiende ese mundo maravilloso que viven más allá de la racionalidad occidental”.

Esta relación con la naturaleza les permite también reconocer entre 400 y 500 especies de plantas diferentes en un mismo lugar, mientras que a un botánico profesional esto le llevaría varios años, según Argueta.

Si bien el diálogo de saberes ha creado cierta resistencia en la comunidad académica, cada vez se reúnen más instituciones que hablan de interculturalidad, señaló Zapata, y Argueta agregó que se puede pensar en proyectos de interés común: “¿Por qué seguimos pensando que sólo un tipo de formación académica va a resolver los problemas?”.

La experiencia de la doctora en Ciencias Sociales Hellen Cristina de Souza se centra en la Universidad de Mato Grosso, donde un grupo de jóvenes de una comunidad indígena pudo ingresar a la universidad y esto le sirvió al grupo para revitalizarse y lograr la supervivencia económica: “Ellos vieron funciones nuevas en el conocimiento científico”.

En este proceso de escolarización, tanto De Souza como Muñoz advierten el riesgo de que la autonomía del conocimiento “se pierda en manos de los poderes más fuertes”, que en la actualidad radican en el mercado, según el doctor. Muñoz ejemplificó con la industria farmacéutica, que muchas veces extrae los saberes ancestrales para su provecho.

Por eso, para los investigadores es fundamental que el diálogo se dé en una relación de igualdad entre científicos y sabios. A nivel académico esto no es tan sencillo, por los criterios de selección de los investigadores, añadió Muñoz, y ejemplificó con el caso de una lideresa afrodescendiente que tiene hasta quinto año de primaria, pero logró la categoría de magíster después de que un comité académico reconociera su capacidad.

En el caso de México, contó Argueta, hay 12 universidades interculturales donde asisten estudiantes indígenas, y también hay un programa de becarios para apoyar a los pueblos originarios. Si bien la mayoría está formándose en las carreras convencionales, el biólogo confía en que algunos darán un “giro” a su profesión. “Existen diálogos, pero es inevitable: la cultura occidental te atrapa. Es importante que el indígena se dé cuenta de eso y que pueda aportar en ese sistema”, indicó Martínez.

Para Alessandro Bello, coordinador del proyecto SAGA, de UNESCO, en América Latina los gobiernos están abriendo espacios de diálogo sobre esta temática. Por ejemplo, en Ecuador se estableció que los saberes ancestrales son parte de las políticas de ciencia y tecnología, y en Bolivia se están utilizando los saberes ancestrales para las previsiones meteorológicas.

Tubino exhortó a que estos saberes no queden en las universidades, sino que se apliquen en la sociedad. Al respecto contó que, en Perú, las mujeres andinas dejaron de asistir a los hospitales para parir, ya que allí no podían estar acompañadas ni dar a luz en cuclillas. Por eso, los médicos crearon las “casas de espera”, que están más cerca de las comunidades y reproducen el ambiente tradicional, pero conservan los conocimientos científicos. De esta forma se ha logrado reducir la mortalidad neonatal y materna.

Si bien estos son algunos ejemplos, en la actualidad abundan las colaboraciones entre ciencia y saberes ancestrales en salud, alimentación, industria textil y medioambiente. Argueta comentó que hay una normatividad internacional que respalda este tipo de proyectos, y que también hay interés desde las comunidades indígenas. “El diálogo en la construcción de la política es importante”, dijo Muñoz, y añadió que si realmente hay diálogo, ninguno de los que dialogan sale igual.

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