Una de las siete cárceles madrileñas, la de Navalcarnero, está construida en torno a un gran campo de fútbol de arena y una pequeña piscina. Una galería rodea el terreno de juego y todo el mundo la llama con sorna “la M-30″, como la carretera que circunvala el centro de Madrid. Por esta M-30 del centro penitenciario han caminado el descuartizador de Majadahonda, el narcotraficante gallego Laureano Oubiña, siete condenados por las tarjetas black, el dirigente abertzale Arnaldo Otegi, el violento atracador de bancos Dumbo, el político separatista catalán Josep Rull, el violador del ascensor, el sicario colombiano Ibrahim Arteaga, dos de los hermanos Ruiz Mateos. En la cárcel de Navalcarnero hay unos 860 internos, cada uno de su padre y de su madre. El 35% son extranjeros. Esta mañana con sol de invierno, las biólogas Mar Jabardo y Gema Porta, del Museo Nacional de Ciencias Naturales (CSIC), recorren la galería cargadas de fósiles. Van a dar una clase de paleontología.