El significado de muchos de nuestros comportamientos depende del contexto. La mentira es uno de ellos. Por eso existen las mentiras piadosas, por ejemplo. No es lo mismo mentir en comisaría que mentir a un amigo si su tarta de chocolate sabe mal.
De de hecho, decir una verdad desagradable a alguien que estimamos activa la corteza prefrontal media, además de la ínsula (que juega un importante papel en la experiencia del dolor y la experiencia de un gran número de emociones básicas, incluyendo odio, amor, miedo, disgusto, felicidad y tristeza), lo que evidencia cuán compleja es la biología de la honestidad.
Biología de la honestidad
La misma naturaleza de los juegos competitivos evolutivos de la especie humana ha propiciado la selección tanto para el engaño como para la vigilancia contra él. También otros animales han sido seleccionados para engañar, aunque de forma más tosca, tales como algunos ungulados, o aves, como el chorlito, que fingen estar heridos para alejar a un depredador de su nido.
Por ejemplo, cuando un perro está aterrado, las feromonas del miedo emanan de su glándula odorífera anal, y el perro puede tratar de neutralizar su diseminación para que no se note su miedo sencillamente tapando esas glándulas colocando el rabo entre las patas, como explica Robert Sapolsky en su libro Compórtante, que también pone el siguiente ejemplo:
Si hay una buena fuente de alimento y en las inmediaciones hay un animal de rango alto, los capuchinos dan la alarma que informa de la preencia de un depredador para distraer al otro individuo; si se trata de un individuo de rango bajo no hay necesidad de hacerlo; simplemente coges el alimento.
Como llevar a cabo un engaño requiere de una gran experiencia social en todas las especies de primates, una neocorteza más grande predice que habrá mayores tasas de engaño, independientemente del tamaño del grupo. Sí, nuestros cerebros está cableados para engañar, para ser deshonestos.
Los seres humanos, sin embargo, son los únicos que sabemos con seguridad que son conscientes de que engañan, de que escogen hacerlo o no hacerlo, y lo más importante: que se sienten sucios al hacerlo. Ser deshonesto es una grave mácula social, así que nuestros cerebros también han evolucionado para sentir asco de esa deshonestidad, tanto ajena como propia.
En otras palabras: podemos llevar a cabo determinados engaños tácticos a nivel social, pero un cerebro promedio también sentiría asco moral si él mismo engañara de forma demasiado flagrante, innecesaria o deshonesta. Es decir, que estamos hechos para engañar, pero también para no hacerlo demasiado so pena de que nos sintamos mal por ello.
En el fondo, pues, no se trata de blanco o negro, de mentir o decir la verdad, sino de «afinar» la verdad. Os hablo en más profundidad sobre ello aludiendo a un estudio que lo comprobó empíricamente con una serie de tiradas de dados en el siguiente vídeo:
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La noticia
Estamos hechos para mentir pero no tanto que luego seamos incapaces de mirarnos al espejo
fue publicada originalmente en
Xataka Ciencia
por
Sergio Parra
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