Anil Seth (Oxford, 1972) comenzó a interesarse por eso que el filósofo de la mente David Chalmers llama el «problema difícil», la conciencia de ser uno mismo, cuando tenía alrededor de 8 años. Frente al espejo, se hacía las preguntas filosóficas que, más tarde o más temprano, se hacen los niños: por qué yo soy yo y no otra persona o dónde estaba antes de nacer. No es la única experiencia personal a la que recurre este investigador, profesor de neurociencia en la Universidad de Sussex, para intentar explicar la subjetividad humana. En su libro ‘La creación del yo’ (Sexto Piso), recuerda los efectos de la anestesia general en una operación quirúrgica -«como convertir una persona en un objeto»- o cómo su madre sufrió delirios, otra forma temporal de perder el contacto con la realidad y con quién es uno. Esas vivencias le han ayudado a desarrollar su teoría sobre la conciencia, que, según defiende, surge del cerebro y que, «sin duda», no puede existir sin un cuerpo. Para él, la realidad es una «alucinación controlada» que crea la mente. Lo cuenta en una visita a Madrid. —¿Para qué sirve la conciencia? Porque hasta donde sabemos, las bacterias no la tienen y les va muy bien. —Creo que cualquier fenómeno en la biología se debe entender de acuerdo con la evolución. Y la conciencia no es una excepción. Aúna un montón de información sobre el mundo, de manera que nuestro comportamiento sea pertinente para nuestra supervivencia. Tal vez seres simples como las bacterias no se enfrentan al mismo desafío de integrar tanta información para tener un comportamiento flexible. Simplemente siguen ahí donde hay más azúcar… Y si la cosa no funciona se mueven de manera aleatoria y se van a otro lugar. Noticia Relacionada estandar Si Así funciona nuestro cerebro cuando leemos José Manuel Nieves Un nuevo estudio revela que al leer, se activan dos redes cerebrales diferentes que trabajan a la vez para integrar las palabras sueltas en frases con sentido —Dice que lo que vemos es una ilusión de nuestro cerebro. ¿Creamos la realidad? —Sí, yo lo llamo alucinación controlada. No es un término nuevo, pero me gusta mucho porque captura algo profundo y contra intuitivo de la manera en la que percibimos el mundo de manera conceptual. Nos parece que abrimos los ojos y el mundo, tal y como es, penetra en nuestra mente a través de los sentidos. Pero como dijo la escritora Anaïs Nin, no vemos las cosas como son, sino como somos. En realidad, no hay colores en el mundo, solo hay luz y energía, y es nuestro cerebro el que las interpreta para generar la experiencia del color. Y creo que lo mismo sucede con toda experiencia. Pero podríamos cambiar la cita de Nin y decir que no vemos el mundo tal y como somos nosotros, sino tal y como es útil para nosotros percibirlo. De nuevo, por efecto de la evolución. —¿Todos tenemos la misma alucinación? —Todos tenemos cerebros ligeramente distintos de la misma forma que nos diferenciamos en el color de la piel o la altura. Pensamos que vemos las cosas tal como son, sin entender que otras personas puedan experimentar la misma realidad compartida de una manera diferente. De hecho, tenemos un nuevo proyecto que se llama el ‘Censo de la percepción’, un estudio amplio en el que, por ejemplo, hay ilusiones visuales en las que los participantes pueden ajustar una imagen hasta que esté situada de una determinada manera. Con esto podemos medir muchas cosas: diferencias en la percepción del color, en la percepción del tiempo, etc. —Como la famosa ilusión óptica del vestido de dos colores… —Sí, que evidentemente es azul y negro (risas). Es fascinante porque durante un breve instante todo el mundo fue consciente de que podía ver lo mismo de manera distinta. En nuestro estudio intentamos medirlo de una forma más sistemática. Las diferencias de una a otra persona pueden ser sutiles, pero aún así siguen siendo importantes. Y creo que desde un punto de vista sociológico y político también lo son, porque darnos cuenta de que vemos las cosas desde nuestra manera particular nos brinda un punto de humildad. Es decir, podemos entender que otras personas lo vean distinto, literalmente. —Cierto, ¿pero eso no tiene algo de peligroso? Si todo es relativo, personajes como Trump pueden decir cualquier cosa. —Al hablar de realidad, el término ‘controlada’ es tan importante como el de ‘alucinación’. No todo es relativo. Si yo cruzo la calle y me atropella un autobús, eso va a doler. La realidad existe. Ahora bien, la manera en que la experimentamos cambia. Pero es cierto, tenemos que intentar negociar ese equilibro entre reconocer nuestras experiencias de percepción sin que eso acabe en un relativismo en el que todo vale. Por eso, para mí la filosofía y la ciencia tienen que trabajar juntas. —Hay cerebros que ven el mundo de una manera realmente diferente. ¿Neurodiversidad o patologías? —Esto es muy interesante. La idea de neurodiversidad dice lo mismo que lo que yo estoy diciendo cuando hablo de la diversidad perceptiva. Pero utiliza un término distinto, tal vez porque se ha asociado con condiciones como el autismo o el trastorno por déficit de atención, en las que las diferencias en cómo la gente percibe el mundo son más drásticas. Eso, de manera irónica, refuerza la idea de que si no eres neurodivergente, entonces eres neurotípico, y por tanto ves el mundo de manera definida tal como es y eso no es así. Seth, en un momento de la entrevista G. Navarro Intentar construir de manera deliberada máquinas conscientes es una muy mala idea, porque no seríamos capaces de garantizar la seguridad —La inteligencia artificial es cada vez más sofisticada, como demuestran programas como Chat GPT. ¿Podría una máquina tener conciencia alguna vez? —Precisamente esta mañana he hablado sobre ello en la radio de la BBC. Hay mucha especulación y mucho ruido alrededor de la inteligencia artificial y la posibilidad de que pueda tener conciencia o no. Desde mi punto de vista, hay dos temas importantes a tener en cuenta. El primero es si las máquinas serán conscientes, si tendrán sensaciones y sensibilidad. Yo creo que si eso es posible, falta mucho mucho tiempo. Y hay muchos motivos para ello. La razón principal es que la inteligencia no es lo mismo que la conciencia. La inteligencia es hacer lo correcto en el momento correcto, y la conciencia es experiencia. Y si somos inteligentes igual tenemos un abanico de experiencias conscientes más amplio, pero no es lo mismo. Como especie no necesitas ser muy inteligente para experimentar el dolor. Por tanto, hacer que la inteligencia artificial sea más inteligente no va a hacer de manera mágica que tenga conciencia. —¿Y el segundo motivo? —Creo, igual otra gente discrepa, que la conciencia está vinculada a nuestra naturaleza como especie humana. Y eso nos remite a lo que decíamos antes de la conciencia funcional y de hacer que nuestro cuerpo siga vivo. Pensamos en el cerebro como una especie de ordenador, pero esa es una simplificación muy pobre. El cerebro es mucho más complejo que eso. Además, sería un error plantear una IA consciente, porque tendríamos que ser éticos al respecto de este planteamiento. Sin embargo, algo que me parece muy realista y que ya está pasando es que llegará un punto en el que los humanos no podremos evitar tratar a las máquinas como si fueran conscientes, a pesar de que sepamos que probablemente no lo son. —¿Por qué? —Todavía no hemos llegado a ese punto, Chat GPT no es tan inteligente como creemos. Aun así, los seres humanos tendemos a atribuir cualidades antropomórficas a las máquinas. Pero estos modelos funcionan de una manera muy distinta. Simplemente, lo que hacen es predecir la siguiente palabra. Por tanto, necesitamos una reflexión muy atenta en ciencia, política y filosofía, porque viviremos en un mundo en el que estaremos interactuando con sistemas y no podremos evitar ver en ellos la existencia de una conciencia. Y eso va a alterar muchas cosas. Por ejemplo, en quién depositamos nuestra confianza o cómo interactuamos con otros seres humanos. —En su libro cita una serie de éxito, ‘Westworld’, que recrea un parque temático futurista en el que se puede violar o matar a androides. —La ciencia ficción ha hecho un trabajo mucho mayor que la mayoría de los académicos a la hora de sacar a la superficie las implicaciones sociales de la tecnología. La idea que plantea ‘Westworld’ es repulsiva a propósito. Dramatiza qué le pasa a nuestro cerebro en una situación en la que la intuición conformada por la percepción durante millones de años de repente ya no vale. En un entorno como ‘Westworld’ tienes que ser prácticamente un psicópata para no sentir como deberíamos sentirnos en una sociedad a la hora de interactuar con otros. Uno de mis mentores, el filósofo Daniel Dennet, dijo sobre la inteligencia artificial que tendríamos que recordar siempre que estamos construyendo herramientas, no colegas. Y eso es importante, pero en un mundo en el que las herramientas parecen colegas, las cosas son más complicadas. —En la película ‘Ex Machina’ la androide se revela contra sus creadores. ¿Puede llegar a ocurrir? —La película es una muestra brillante de las consecuencias éticas y morales de la idea de Prometeo. Pero además es una película muy bonita porque es un ejemplo raro de cómo el cine se enlaza con la filosofía. Mucha gente conoce el test de Turing sobre la inteligencia de las máquinas, pero en la película, su director Alex Garland plantea que la prueba es reconocer que el robot tenga conciencia. Esa es la pregunta interesante. Y bueno, si la inteligencia artificial va a tener conciencia, no sé por qué debería actuar contra nosotros necesariamente. Pero ese es un motivo por el cual intentar construir de manera deliberada máquinas conscientes es una muy mala idea, porque no seríamos capaces de garantizar esa seguridad. No puedo comer pulpo. Son fascinantes. Tienen neuronas en sus patas y deben de sentirse como si fueran una nube —¿Y qué hay de los animales? Muchos dicen que no se puede negar que tengan un yo. —La visión sobre la conciencia animal ha cambiado mucho. En la Edad Media en Europa la gente llevaba los animales a juicio. Y tenían abogados defensores. Eso es increíble. Cualquier persona que interactúa con un animal siente que ahí hay una conciencia. Pero yo creo que esta sensación no está arraigada. Para mí no hay ninguna duda de que todos los mamíferos tienen algún tipo de conciencia, distinta de la de los humanos. Pero hablábamos de diversidad, ¿verdad? Pues evidentemente la diversidad en otras especies todavía es mayor. Exactamente cómo de amplio puede ser ese círculo de la conciencia, hasta qué punto se extiende, es muy difícil decirlo. El caso de los pulpos es fascinante. Yo ya no puedo comerlos. —Se refiere a ellos como una conciencia alienígena. —Vienen de nuestros ancestros más antiguos en la evolución, de hace 600 millones de años. Por tanto, han recorrido una trayectoria muy distinta a la nuestra y, sin embargo, son criaturas complejas que se enfrentan a muchos de los mismos desafíos. Yo creo que sí, que sin duda son conscientes, pero lo que está claro es que su mundo es muy distinto del nuestro. Tienen más neuronas en sus patas que en el cerebro central, así que cosas que tomamos por sentadas, como saber dónde está nuestro cuerpo en el espacio, son diferentes en un pulpo. Se sentirán más como una nube. Esto es muy instructivo. Como vemos, la comprensión de la conciencia tiene unas implicaciones enormes a la hora de manejar el tema de la inteligencia artificial o abordar el bienestar animal, o las enfermedades mentales, etc. La sociedad tiene la obligación de entender más de este elemento tan central en nuestras vidas. —El neurocientífico Antonio Damasio coloca los sentimientos en la base de la conciencia. ¿Qué papel juegan para usted? —El año pasado tuvimos un debate muy interesante en Barcelona y seguramente estamos más de acuerdo que en desacuerdo. Ambos ponemos el acento en el papel del cuerpo y de las emociones y los estados de ánimos, en el hecho de que el cuerpo es básico y está en el corazón de la conciencia. A partir de ahí vamos en direcciones distintas, pero el reconocimiento fundamental de la primacía de las experiencias humanas es algo que compartimos —¿Existe el libre albedrío? —Hay acciones que hacemos con nuestro libre albedrío que no vienen de nada supranatural, sino de la historia pasada de nuestro cerebro, cuerpo y entorno. Y ese es todo el libre albedrío que necesitamos, la libertad de actuar de conformidad con nuestros deseos y creencias. Esta mañana cuando iba a desayunar, he buscado el té. Yo quería té porque soy inglés, pero yo no he elegido querer té.. La anestesia general es una experiencia muy cercana a la muerte. No sabes si has estado ‘fuera’ cinco minutos o cinco años —¿Y eso que llamamos alma? —Hay elementos del alma que pueden encontrar un lugar en esta nueva neurociencia de la conciencia, pero no el alma de acuerdo con la tradición religiosa propia de Occidente, en el que es la esencia de tu personalidad y según lo que hagas, puedes ser recompensado o castigado. Igual es porque soy medio indio, pero el alma de la que hablo tiene más que ver con la de las tradiciones orientales. En el hinduismo nos referimos al Atman, que significa aliento, y eso tiene más que ver con el pensamiento racional. MÁS INFORMACIÓN noticia Si Descubren el secreto de las bacterias para resucitar, incluso después de siglos de latencia noticia No La auténtica historia de Rosalind Franklin, la heroína del ADN —¿Qué pasa cuando llega el fin de la conciencia? —Nada. No pasa nada de la misma manera que no pasó nada para ti antes de que nacieras. En el libro cuento una pequeña historia sobre la anestesia general, cuando pierdes complemente la conciencia. Y esa experiencia es mucho más cercana a la muerte que el sueño, esa ‘pequeña muerte de los durmientes’ a la que se refería Shakespeare. La anestesia se parece más porque dejas de estar. Estás fuera cinco minutos o cinco años y no sabes cuánto tiempo ha pasado. Es la ausencia de cualquier otra experiencia del mundo y de ti. Creo que en esto hay algo que te conforma a nivel existencial porque si no hay nada, no hay nada a lo que temer.