La historia de vida de un medicamento se cuenta por años, incluso décadas. Para empezar, desde que surge la primera idea o se diseña la molécula final hasta que se aprueba y llega al paciente, pueden pasar unos 10 años. Y luego, en la calle, llega a tener tantas vidas como le permitan sus capacidades (y las agencias reguladoras). El pembrolizumab, por ejemplo, fue una novedosísima inmunoterapia que dio un vuelco, primero, al pronóstico del melanoma y ahora ya está indicado también para cáncer de pulmón, linfoma, tumores renales, de mama y de colon, entre otros. Las agencias reguladoras han ido dando su beneplácito y el medicamento se usa en la práctica clínica para esos cuadros clínicos. Pero no todos los fármacos tienen esa vida plena y tampoco el aval de las autoridades implica, de facto, grandes beneficios reales para los pacientes.