El 8 de enero de 2014, una pequeña roca de apenas 45 cm estalló sobre los cielos de Papúa Nueva Guinea tras entrar a toda velocidad en la atmósfera terrestre. En principio, el suceso no llamó demasiado la atención de los astrónomos, ya que son muchos los eventos de este tipo que suceden cada año. Pero tiempo después, Amir Siraj y Avi Loeb, ambos de la Universidad de Harvard, rescataron los registros de aquél impacto atmosférico y comprobaron que ese meteorito había llegado a la Tierra a una velocidad extraordinaria: 210.000 km/h, muy por encima de la típica de las rocas oriundas de nuestro Sistema Solar. Además, la trayectoria de su órbita decía a las claras que la roca ‘no era de aquí’, sino que se había formado muy lejos, en algún remoto sistema planetario de una estrella lejana.
En 2019, Siraj y Loeb publicaron un estudio en el servidor de prepublicaciones arXiv, paso previo a la publicación en una revista científica, en el que probaban, con un 99,999% de certeza que el origen del objeto estaba, en efecto, muy lejos de nuestro propio sistema, y que probablemente venía «del interior profundo de un sistema planetario o una estrella del disco de la Vía Láctea».
Sin embargo, y a pesar de la certeza casi absoluta de estar ante el primer meteorito extrasolar de la historia (faltaban aún tres años para la aparición de Oumuamua y del cometa Borisov), el artículo de Siraj y Loeb nunca fue revisado por pares, ni publicado en revista alguna. ¿La razón? Algunos de los datos ‘clave’ para la investigación fueron clasificados y retenidos por el gobierno de los EEUU, de forma que los científicos no pudieron verificar su descubrimiento.
Algunos de los sensores que detectan estas bolas de fuego espaciales son operados por el Departamento de Defensa de EE. UU., que utiliza las mismas tecnologías para monitorear los cielos en busca de detonaciones nucleares. Los datos de esos sensores son secretos, y como resultado, Siraj y Loeb no pudieron confirmar directamente el margen de error de la velocidad de la bola de fuego. De modo que, sin esos datos disponibles, la comunidad científica no pudo valorar ni confirmar el extraordinario hallazgo, que cayó en el olvido.
Un laberinto burocrático
Durante varios años, los dos investigadores trataron en vano de obtener la confirmación gubernamental de sus hallazgos, en un proceso que el propio Siraj ha calificado de ‘auténtica saga’ y que les llevó a navegar inútilmente por un laberinto burocrático que les mandaba del Laboratorio Nacional de Los Álamos a la NASA y a varios otros departamentos gubernamentales.
Ahora, los científicos del Comando Espacial de los Estados Unidos (USCC) han accedido a la petición y han confirmado por fin los hallazgos de Siraj y Loeb. En un memorando fechado el 1 de marzo y compartido el 6 de abril en la cuenta de Twitter del Comando Espacial, el teniente general John E. Shaw, subcomandante de la USSC, reconoce oficialmente que el análisis de la bola de fuego de 2019 fue «suficientemente preciso para confirmar una trayectoria interestelar’».<blockquote class=»twitter-tweet»><p lang=»en» dir=»ltr»>6/ “I had the pleasure of signing a memo with <a href=»https://twitter.com/ussfspoc?ref_src=twsrc%5Etfw»>@ussfspoc</a>’s Chief Scientist, Dr. Mozer, to confirm that a previously-detected interstellar object was indeed an interstellar object, a confirmation that assisted the broader astronomical community.” <a href=»https://t.co/PGlIOnCSrW»>pic.twitter.com/PGlIOnCSrW</a></p>— U.S. Space Command (@US_SpaceCom) <a href=»https://twitter.com/US_SpaceCom/status/1511856370756177921?ref_src=twsrc%5Etfw»>April 7, 2022</a></blockquote> <script async src=»https://platform.twitter.com/widgets.js» charset=»utf-8″></script>
El primer objeto interestelar
La confirmación, por lo tanto, convierte oficialmente el meteorito de 2014 en el primer objeto interestelar detectado en nuestro Sistema Solar, tres años antes que el famoso Oumuamua, que Avi Loeb insiste en considerar como una antigua nave alienígena, y que el cometa Borisov. Cabe señalar que el propio Siraj se enteró de la confirmación gracias a un tweet de un científico de la NASA.
Buscar los restos del meteorito
En declaraciones a Vice, Siraj asegura que aún pretende publicar el estudio de 2019, para que otros investigadores puedan continuar en el punto en que él y Loeb lo dejaron. A diferencia de Oumuamua y el cometa Borisov, que pasaron de largo, el meteorito de 2014 estalló sobre el Pacífico Sur, y es posible que fragmentos del objeto puedan haber permanecido en el lecho marino. «Algo que voy a comprobar -dijo Siraj a Vice-, y ya estoy hablando con mucha gente, es si resulta posible buscar en el fondo del océano frente a las costas de Papúa Nueva Guinea y ver si podemos obtener algún fragmento».
Una aventura, desde luego, que tiene muy escasas posibilidades de éxito, ya que los restos de la bola de fuego que sobrevivieron a su desintegración son, probablemente, muy escasos, y quedaron repartidos en una amplia extensión de océano.
«Sería una gran empresa -asegura Siraj-, pero vamos a analizarla en profundidad porque la posibilidad de obtener la primera pieza de material interestelar es lo suficientemente emocionante como para verificar esto muy a fondo y hablar con todos los expertos mundiales en expediciones oceánicas para recuperar meteoritos».
Si lo consiguen, tendremos aquí, en la Tierra y disponible para su estudio, el primer fragmento de roca formado alrededor de una estrella que no es nuestro Sol.