Santiago Ramón y Cajal no bebía alcohol ni fumaba. Alrededor de 1888, su año cumbre, el joven científico se sentaba ante su microscopio como un aventurero con un machete por la selva. “Mi tarea comenzaba a las nueve de la mañana y solía prolongarse hasta cerca de medianoche. Y lo más curioso es que el trabajo me causaba placer. Era una embriaguez deliciosa, un encanto irresistible”, escribió en sus memorias, Recuerdos de mi vida. “¡Cómo el entomólogo a la caza de mariposas de vistosos matices, mi atención perseguía, en el vergel de la sustancia gris, células de formas delicadas y elegantes, las misteriosas mariposas del alma, cuyo batir de alas quién sabe si esclarecerá algún día el secreto de la vida mental!”.