Buscar algo, encontrar otra cosa y que el hallazgo sea tan relevante como el objetivo perseguido es algo habitual en ciencia y tecnología. Basta recordar algunos ejemplos como el microondas, la penicilina, el teflón, el caucho vulcanizado o la viagra. Algo parecido le ha sucedido a un equipo del Instituto de Ciencia de Materiales de Madrid (ICMM), del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), formado por Elsa Prada, Ramón Aguado y Pablo San José, en colaboración con investigadores del Institute of Science and Tecnhology de Austria (ISTA), Instituto Catalán de Nanociencia y Nanotecnología (ICN2) y la Universidad de Princeton en Estados Unidos. Buscaban el santo grial de la física cuántica: la partícula de Majorana, una propuesta teórica de Ettore Majorana hace 86 años en el contexto de la física de partículas elementales que aún sigue sin ser demostrada experimentalmente. Encontrarla y dominarla en un material especial que garantice su estabilidad, conocido como superconductor topológico, sería un paso definitivo en la física de la materia condensada y en la computación cuántica. Después de dos años de investigaciones, creyeron haberla hallado. Pero un análisis más detallado reveló que el hallazgo era un espejismo. En su lugar han descubierto algo distinto, pero también fundamental: una partícula impostora, que imita comportamientos de la de Majorana, pero no lo es.