A rebufo de las protestas por la muerte de George Floyd cabe preguntarse muchas cosas. La primera: si todos tendemos al racismo (o más bien al clasismo, pues volvemos inferior a cualquier colectivo escogiendo un determinado rasgo aleatorio, como la altura, la belleza, el acento, etc.)
La segunda y más fácil de responder es si realmente hay diferencias biológicas entre personas más allá de lo evidente: el color de la piel. Lo cierto es que todas las diferencias que podemos hallar entre blancos y negros, por ejemplo, son diferencias culturales, pero no genéticas.
Pigmentación de la piel
Básicamente, los genes que confieren pigmentación a la piel son muy pocos, y no determinan un genoma concreto. Fijarnos en el color de la piel es como quedarnos atrapados en el color de los ojos o la forma de la nariz. Rasgos fenotípicos (el aspecto del pastel) que poco o nada tienen que ver con el genoma (los ingredientes y la receta para elaborar el pastel).
De hecho, si hemos de fijarnos en la diversidad genética, hay más entre los propios africanos que entre los africanos y los europeos, por ejemplo, tal y como explico en Eso no estaba en mi libro de genética:
Entre un namibio y un nigeriano hay menos semejanzas genéticas que entre ambos y un sueco de ojos azules, a pesar de que la piel del namibio y el nigeriano sea negra. Incluso una versión particular del gen alfa-actinina-3, que se asocia con la fibra muscular de contracción rápida, si bien está presente en corredores negros que han logrado marcas extraordinarias, también se ha encontrado en otras personas, no solo en los negros. Quizá hay presiones ambientales/genéticas que influyen en esta rareza estadística, pero no somos capaces de identificarlas aún de forma clara, y tampoco sabemos si estamos ante una simple correlación en vez de una causalidad.
Considerar la raza negra es tan impreciso como considerar individuos que procesan mejor el oxígeno a gran altitud, pues en este conjunto se encuentran algunos negros africanos, también algunos tibetanos…, pero la mayoría de los negros africanos y tibetanos no tienen esa capacidad. Además, si bien el tono de piel de los habitantes de África central y las islas Andamán son semejantes, se adquirieron por vías históricas y biológicas diferentes.
Buscar diferencias genéticas significativas entre etnias y áreas geográficas es bastante infructuoso, porque estamos mucho más mezclados de lo que pensamos, como ya nos recordaba Charles Darwin en su libro El origen del hombre, de 1871: «Dudo que se pueda citar un solo carácter que sea distintivo de una raza y sea constante».
Todo está mezclado, como un conjunto de cartas que nunca deja de ser barajada por el croupier, y las semejanzas o diferencias que establecemos en función de las apariencias o rasgos muy concretos son esencialmente espurias. Sin contar que todos estamos profundamente emparentados, porque todos somos descendientes de aproximadamente 14 000 subsaharianos.
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La noticia
El color de la piel no importa (al menos no como creemos) y por eso el racismo no tiene sentido
fue publicada originalmente en
Xataka Ciencia
por
Sergio Parra
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