El astrofísico Carl Sagan creía en Dios a la manera científica, es decir, como el conjunto de leyes físicas que dominan el universo. Por ello, rezar a la ley de la gravedad, o al cuadrado orbital de los planetas, siempre le resultó un disparate. Tanto como ponerse a rezar a la mecánica celeste, por mucho que su nombre resulte evocador.