La historia de los sistemas de medida ha sido una anarquía a lo largo de la Historia de la Ciencia, en donde cada pueblo, cada comarca o cada reino tenía la suya propia. Para complicarlo aún más, algunas regiones tomaban como referencia criterios de la anatomía humana (pie, codo, palma…). A todo esto había que añadir que, en no pocas ocasiones, la unidad dependía también del tipo de objeto.
Este baturrillo permite explicar que, tan solo en la Francia prerrevolucionaria, hubiese ochocientas unidades de medida diferentes, detrás de las cuales se escondía en torno a 250.00 valores distintos. Así, por ejemplo, el carbón vegetal se vendía por cestos, la madera por vigas, la fruta para sidra en barricas, la leña por cuerdas, la cerveza por pintas…
Entre Dunkerque y Barcelona
Ante este caos, en 1790 Charles Maurice de Talleyrand (1754-1838), prestigioso político y diplomático, reclamó un nuevo sistema de unidades. Según él era necesario un proceso de armonización y generalización para que no se frenase la cadena de transmisión de la industria y del comercio.
Tan solo un año después se estableció la Comisión de Pesas y Medidas compuesta por científicos de la talla intelectual de Borda, Condorcet, Laplace, Lagrange o Monge. Fue el comienzo de un proyecto utópico, con el que se pretendía unir el mundo a través de un sistema internacional que permitiese el intercambio de bienes e información.
Su primera tarea, nada fácil, fue dirimir la definición de metro (del griego metron, medida), el cual se debía de extraer de la naturaleza para que “fuese común en todos los pueblos, en todo momento”. Finalmente, se estableció fijarlo como la diezmillonésima parte de la distancia entre el Polo Norte y el Ecuador, en el meridiano que pasa por París.
Como era imposible desplazarse justo hasta el polo norte y hasta el ecuador para realizar la medición en su totalidad, los científicos encargados del proyecto decidieron tomar como referencia la línea imaginaria que pasa con la capital gala y medir la distancia entre Dunkerque y Barcelona.
Para conseguir unidades mayores o menores -múltiplos y submúltiplos- del metro se estableció que bastaría con multiplicar o dividir por diez, simplemente con mover la coma sería suficiente. No habría que sufrir el tormento de multiplicar por 12, 14, 16 o, incluso por 112, como ocurría en sistemas anteriores.
El sistema ideado por la Comisión de Pesas y Medidas era sencillo, útil y elegante. Lavosier se referiría a él afirmando: «Nada más grande ni más sublime ha salido de las manos de los hombres».
Con ‘g’ de grave
A continuación, le tocó el turno a la unidad de masa, para ello la comisión eligió el ‘grave’, que sería igual a la masa de un decímetro cúbico de agua pura a la temperatura de máxima densidad. Se optó por el agua y no otro fluido porque entendieron que era más fácil de conseguir y destilar.
No tardaron en percatarse que la definición no estaba exenta de complicaciones, ya que la densidad del agua depende de la presión, que a su vez depende de la altura, que precisa una definición estable del metro, que por entonces se había definido acorde a un meridiano terrestre. Una concatenación de supuestos demasiado entreverada.
Por otra parte, a la Asamblea Nacional francesa el nombre de ‘grave’ le disgustaba, ya que en aquella época era una palabra polisémica con la que también se denominaba al título nobiliario de ‘conde’, algo que era incompatible con los principios de la revolución. Por este motivo el 7 de abril de 1795 se decidió utilizar en su lugar el término ‘gramo’ (del griego gramma, que significa letra). Además, los científicos redefinieron el valor, un gramo no pesaría un grave, sino un milligrave.
Debido a su pequeño tamaño era muy complicado tener un patrón fiable del gramo, por lo que, en consenso, se optó por utilizar uno de sus múltiplos, el kilogramo, que correspondía al ‘grave’ original. Esto permite explicar por qué en el sistema métrico se usen el metro y el kilogramo, en lugar del gramo.
En 1799 fueron depositados los patrones del metro y del kilogramo -ambos en platino- en los Archivos de la República. El mismo año en el que Napoleón presentó al mundo el nuevo sistema «para todos los pueblos y para todos los tiempos».
Pedro Gargantilla is an internist at the El Escorial Hospital (Madrid) and author of several popular books.