Suele argumentarse que la ciencia se equivoca, que la ciencia se corrige, que la ciencia, si es dogmática, no es ciencia. Esto no es del todo cierto. Todo depende, claro está, de lo que consideremos que es inamovible o dogmático.
Muchos modelos pretéritos, como los postuladores por Newton, se han descubierto no suficientemente precisos… pero continúan inamovibles en el sentido de que aún son operativos en cuerpos macroscópicos. En ese sentido, ¿los principios newotonianos son dogmáticos? Pero no puede ser de otra manera porque la realidad no va a cambiar, es como es.
De igual forma, la ciencia se autocorrige, pero lo hace en muchos avances novedosos, caminos que se abren que resultan ser improductivos. Sin embargo, la ciencia ya ha abierto senda y recorrido muchos kilómetros de caminos que nunca más se desandarán. No se van a autocorregir.
Un buen ejemplo de ello es la tabla periódica de los elementos. Mi ejemplo favorito, sin embargo, es el de los poliedros regulares.
Los 5 poliedros regulares
La historia de la ciencia o los científicos no son lo mismo que la ciencia. La historia de la ciencia es más que ciencia, también influye en ella la política, la psicología, y otros vaivenes y caprichos que propician que la ciencia, en la práctica, no siempre sea «científica». Igualmente, los científicos son algo más que practicantes de la ciencia: son también criaturas egoístas, mentirosas, que tienden al autoengaño, sesgados, etc.
Dicho lo cual, hablemos de la ciencia, y dejemos a un lado la historia de la ciencia y los científicos. Hablemos de la ciencia en sí misma, a nivel epistemológico.
Uno de los descubrimientos más importantes. Se le atribuye a Platón. Es que sabemos que solo puede haber cinco poliedros regulares. Es un descubrimiento impresionante de la naturaleza. La demostración, entre otras, de que la naturaleza no es un caos. ¿Por qué 5 y no 7 o 8?
Es un problema de topología precioso. En 1750, Leonhard Euler escribió su teorema para poliedros (publicado posteriormente en la obra «Elementa doctrinae solidorum» en 1758), el cual indica la relación entre el número de caras, aristas y vértices de un poliedro convexo.
Esto constituye un principio morfológico de la ontología tan importante como la teoría del hilemorfismo de Aristóteles (todo cuerpo se halla constituido por dos principios esenciales, que son la materia y la forma. Como cualquier objeto material tiene una forma, la materia prima es el sustrato básico de toda la realidad. En el mundo material, la materia no puede darse sin forma y la forma no puede darse sin materia).
Un poliedro se llama regular cuando cumple las siguientes condiciones:
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Sus caras son polígonos regulares
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En cada vértice concurren el mismo número de caras.
Solo existen cinco poliedros regulares:
- El tetraedro formado por 4 caras que son triángulos equiláteros iguales.
- El hexaedro o cubo formado por 6 caras que son cuadrados iguales.
- El octaedro formado por 8 caras que son triángulos equiláteros iguales.
- El dodecaedro formado por 12 caras que son pentágonos regulares iguales.
- El icosaedro formado por 20 caras que son triángulos equiláteros iguales.
El hecho de que hayamos descubierto cosas que son como son siempre así, que siempre serán así, que son así con independencia del lugar del universo desde que las contemplemos, que serán así para cualquier entidad extraterrestre lo suficientemente inteligente es, sencillamente, abrumador, maravilloso, excitante.
Hay una cura de humildad cuando descubrimos cuán profundas y oceánicas son las lagunas de ignorancia que aún nos quedan por rellenar de conocimiento. Un conocimiento cada vez más complejo, contraintuitivo y difícil de computar incluso con por los ordenadores más poderosos. Pero también hay un empuje y una trepidación de emoción que recorre el pecho cuando descubrimos que, a pesar de todo, siendo como somos seres falibles, monos sin pelo, hemos logrado como civilización alcanzar lo más parecido a un puñado de modelos que describen lo más parecido ontológicamente a la Verdad… aunque tengamos distintas concepciones del término, como remata Pere Estupinyá en su libro A vivir la ciencia:
La palabra «verdad» conlleva discusiones eternas entre filósofos, constructivistas, científicos y cualquiera que se atreva a deliberar sobre ella. Para algunos es una entelequia, pues todas nuestras ideas e interpretaciones se construyen de manera subjetiva a partir de fragmentos inexactos de información, y por tanto no se puede estar completamente seguro de nada. Como es obvio, los científicos aceptan que ellos también son víctimas de la subjetividad, pero defienden que el empirismo y la ciencia bien hecha nos permiten acercarnos mucho más a la realidad objetiva que existe en el universo y que sí se pueden concluir bastantes certezas. Yo estoy completamente de acuerdo. La Tierra es redonda y el ADN lleva información genética porque los datos empíricos lo demuestran.
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La noticia
La ciencia tiene fundamentos inamovibles y son lo más parecido a la verdad sin ninguna carga de opinión o subjetivismo
fue publicada originalmente en
Xataka Ciencia
por
Sergio Parra
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