En Las uvas de la ira, John Steinbeck cuenta la dramática historia de una familia de agricultores de Oklahoma que abandona sus tierras castigadas por la sequía. El relato, llevado al cine por John Ford y protagonizado por Henry Fonda, está basado en hechos reales: a mediados de la década de 1930, las grandes llanuras de Estados Unidos, uno de los grandes graneros del planeta, sufrieron varios años de falta de lluvias resecando tanto el suelo que se desataban enormes tormentas de polvo. En el verano de 2012, en la misma región donde se desarrollan el libro y la película, los agricultores esperaban una gran cosecha. Pero días después de la siembra del maíz de mayo, emergió una sequía repentina que en unas semanas se llevó por delante sus cosechas. En menos de dos meses, el 76% de los cultivos se vieron afectados y las pérdidas superaron, según fuentes oficiales, los 30.000 millones de dólares. En términos de déficit hídrico, el evento superó al novelado por Steinbeck. Un estudio muestra ahora que estas sequías repentinas se están generalizando en casi todo el planeta espoleadas por el cambio climático.