Es una de las preguntas más turbadoras que existen. ¿Hay vida inteligente fuera de nuestro planeta? Numerosos investigadores han tratado de encontrar alguna prueba de lo que, por lógica, parece evidente: existen billones de mundos ‘ahí fuera’ y sería absurdo pensar que sólo en uno, en el nuestro, la vida ha arraigado durante el tiempo suficiente como para dar lugar a seres pensantes.
Durante décadas se han buscado signos de tecnologías avanzadas, emisiones de radio o láser que delaten la presencia de civilizaciones alienígenas, enormes estructuras capaces de extraer directamente energía de las estrellas… pero hasta ahora todos los esfuerzos han sido en vano. Algunos piensan que en algún momento de la historia de la Tierra, ‘otros’ nos han visitado, pero hasta la fecha no existe ni una sola prueba que confirme que esas visitas se han producido realmente.
En teoría, y por simple estadística, deberían de existir cientos de miles de civilizaciones superiores a la nuestra solo en nuestra galaxia, y es plausible que algunas de ellas hayan conseguido dominar los viajes interestelares. ¿Por qué entonces, que sepamos, la Humanidad no ha recibido aún la visita de ninguna de ellas?
Ahora, Michael L. Wong, de la Institución Carnegie para la Ciencia, y Stuart Barlett, de la división de Ciencias Planetarias y Geológicas del Instituto de Tecnología de California, han ofrecido en la revista Royal Society Open Science una posible y perturbadora explicación para tal ausencia: las civilizaciones avanzadas están irremediablemente condenadas a estancarse, o a morir y desaparecer antes de tener la oportunidad de expandirse a otras estrellas.
Consumo insostenible de energía
Según la nueva hipótesis, a medida que las civilizaciones espaciales van creciendo y desarrollando tecnología cada vez más compleja, terminan por llegar a un ‘punto de crisis’ en que la demanda creciente de energía ya no puede ser satisfecha. Y lo que viene después, irremediablemente, es el colapso. Wong y Barlett explican que la única posibilidad de supervivencia en esos casos sería limitar de forma drástica el crecimiento tecnológico (y por lo tanto el consumo de energía) para mantener el equilibrio. Y eso, claramente, sería a costa de sacrificar la capacidad de expandirse a otras estrellas.
Los dos investigadores ofrecen así una novedosa solución a la conocida paradoja que lleva el nombre del nobel Enrico Fermi, quien reflexionando sobre la enorme cantidad de mundos que hay en el Universo y la falta de contacto con ninguno de ellos se preguntó en una charla con otros científicos: «¿Dónde está todo el mundo?».
«Las civilizaciones -escriben los autores del estudio- colapsan por agotamiento o se redirigen para priorizar la homeostasis, un estado en el que la expansión cósmica ya no es un objetivo, lo que hace que sea difícil detectarlas de forma remota. Cualquier resultado, el despertar homeostático o el colapso de la civilización, sería consistente con la ausencia observada de otras civilizaciones».
El crecimiento de las ciudades
Wong y Barlett llegaron a estas conclusiones después de estudiar el que llaman ‘crecimiento super lineal’ de las ciudades. A medida que crece su población, en efecto, las grandes urbes se hacen cada vez más grandes y aumentan su consumo de energía a un ritmo exponencial, lo que normalmente conduce a ‘puntos de crisis’ o ‘singularidades’ que provocan rápidos colapsos en el crecimiento y que, en ocasiones, podría acabar con civilizaciones enteras.
«Presumimos -reza el artículo- que una vez que una civilización planetaria haga la transición a un estado que pueda describirse como una ciudad global virtualmente conectada, se enfrentará a un ‘agotamiento asintótico’, una crisis final en la que la escala de tiempo del intervalo de singularidad se vuelve más pequeña que la escala de tiempo de la innovación».
Paradójicamente, las civilizaciones más cercanas a ese colapso serían las más fáciles de detectar por parte de la humanidad, ya que estarían disipando una enorme cantidad de energía de una forma «salvajemente insostenible». Esto implica «la posibilidad de que muchas de las detecciones iniciales de vida extraterrestre por parte de la humanidad puedan ser inteligentes, aunque aún no lo sepamos».
Frenar la expansión espacial
Para evitar su final, las civilizaciones deberían cambiar radicalmente sus prioridades y redirigir el esfuerzo energético que supone la conquista de las estrellas a otros fines que favorezcan el bienestar social y el desarrollo sostenible. Y aunque es muy posible que tales civilizaciones no abandonen por completo la exploración espacial, no se expandirían en escalas lo suficientemente grandes como para hacer posible un eventual contacto con la Tierra.
Aquí, en la Tierra, no faltan ejemplos de este tipo de decisiones. Así, los investigadores señalan algunos ‘frenazos voluntarios’ de la humanidad en beneficio del equilibrio, como la reducción mundial de ojivas nucleares de 70.000 a menos de 14.000; la detención del crecimiento del agujero de la capa de ozono a base de prohibir las emisiones de clorofluorocarbonos; o la moratoria internacional de la caza de ballenas en 1982.
La nueva hipótesis, bien acogida por la comunidad científica, se suma así a otros intentos científicos de explicar por qué nunca hemos tenido contacto con seres de otros mundos. Intentos que van desde subrayar la gran dificultad de los viajes interestelares a postular que las ‘otras’ civilizaciones, sencillamente, no coincidieron en el tiempo con nosotros o, más atrevido, que podrían estar visitándonos en secreto.