Corría el año 1880 cuando el científico Thomas Alba Edison patentó la primera bombilla de la historia, no podía imaginar en aquellos momentos el daño que provocaría a las polillas. Y es que estos insectos tienen unos sensores de luz -ubicados en su aparato visual- que están sintonizados con la luz tenue, de forma que actúan como si de verdaderos telescopios se tratase. En otras palabras, cualquier iluminación artificial ejerce de poderoso imán para ellas. El ojo de las polillas está formado por una estructura perfectamente organizada en cientos de pilares nanoscópicos, de forma hexagonal, que dotan a su superficie ocular de un carácter antirreflectante para la luz visible en cualquier dirección del espacio. Esto supone una verdadera ventaja evolutiva, ya que si sus ojos reflejasen la luz el insecto sería mucho más vulnerable a sus enemigos naturales. Las polillas utilizan las fuentes de luz como puntos de referencia para ubicarse en el espacio, algo similar a lo que hacían hace más de veinte siglos los navegantes fenicios con la estrella polar en sus desplazamientos por el mar Mediterráneo. La luz les confunde Durante millones de años fijar una luz –la de la luna- funcionó a las polillas para poder navegar de forma segura en la inmensidad de la oscuridad, pero claro los tiempos han cambiado. De alguna forma las fuentes luminosas hacen creer a estos insectos que «han llegado a la luna» cuando verdaderamente lo que han hecho ha sido acercarse a un invento del Homo sapiens. La realidad es que las polillas no responden de la misma forma a todas las bombillas: son más sensibles a las ondas de luz ultravioleta, lo que explicaría que se sientan más atraídas por una fuente de luz blanca que por una amarilla. La proximidad a la fuente luminosa provoca, muy posiblemente, un periodo de ceguera transitoria al sobreestimular sus sensores de luz, aumentando durante ese tiempo su vulnerabilidad frente a sus depredadores naturales. Las abejas también Los antófilos, conocidos popularmente como abejas, también son atraídos por las fuentes de luz, lo que en términos científicos se conoce como fototaxis. En su caso sienten una especial predilección por la luz ultravioleta y la luz verde, y mucho menos por la luz roja y anaranjada. A la mosca doméstica le sucede algo similar para la luz ultravioleta, la cual se convierte en un irresistible estímulo, ya que sus ojos son más sensibles a esas longitudes de onda. La tecnología humana ha acabado convirtiendo la fototaxis, en sus orígenes una ventaja evolutiva, en un comportamiento suicida para estos insectos, de forma que algunos no paran de golpearse contra la fuente luminosa hasta morir y otros, simplemente, terminan siendo devorados por hábiles depredadores. MÁS INFORMACIÓN noticia No Por qué explotó el cohete Starship de Elon Musk: los expertos adelantan posibles causas noticia No Un extraño líquido rezuma del fondo del mar Pero no todos los insectos se sienten atraídos por la luz de las bombillas, en esa nómina alternativa figuran, por ejemplo, los mosquitos, a los que les seduce mucho más el calor, el olor corporal y el dióxido de carbono que expulsamos los seres humanos. SOBRE EL AUTOR pedro gargantilla es médico internista del Hospital de El Escorial (Madrid) y autor de varios libros de divulgación.