La ciencia ha saldado una deuda que tenía pendiente con las huellas dactilares. Sus exclusivos arcos, bucles y remolinos ya llamaron la atención en la antigua China y comenzaron a usarse allí como método de identificación y como prueba en juicios por robo en el siglo III antes de Cristo. Sin embargo, no fue hasta hace unos 200 años que los científicos europeos se dieron cuenta de que esos patrones en la piel (a los que llamaron dermatoglifos) son únicos para cada persona. A principios del siglo XX, las huellas dactilares impulsaron la ciencia forense y siguen siendo un icono de la resolución de crímenes y misterios. Pero hasta ahora seguían encerrando un secreto en sí mismas: ¿por qué son únicas?