Cuando nuestros primitivos antepasados se elevaron sobre sus patas y dejaron de ser cuadrúpedos, los telesentidos (vista y oído), muy poderosos para percibir las ocurrencias de la lejanía, se impusieron a los sentidos proximales (gusto y olfato), más estrechamente relacionados con la supervivencia, con comer y con evitar peligros. Pero, lejos de perecer, esos sentidos químicos ancestrales siguen formando parte esencial de nuestra naturaleza. Aunque no nos demos cuenta, los humanos de hoy seguimos teniendo un poderoso sentido del olfato.