A Diama Ndiaye ya no le duele la barriga. Tampoco tiene esos ingresos constantes que la apartaban semanas enteras del colegio ni ha vuelto a sufrir aquellas terribles crisis de dolor que solo atenuaban con un cóctel de mórficos. Se ha curado de la drepanocitosis con la que nació, una grave enfermedad hereditaria de la sangre que puede provocar fortísimos cuadros de dolor, problemas de movilidad y un alto riesgo de infecciones. “Estoy recuperada”, murmura tímida la niña, de 11 años, en el salón de su casa de Terrassa (Barcelona). Saltando a su alrededor, ajena a todo, revolotea pizpireta su hermana Sokhna, de tres años: ella no lo sabe, pero le ha salvado la vida a Diama.