La peste bubónica, la que se representa con un esqueleto cargado con una guadaña y que mató a un tercio de la población europea durante la Edad Media, ya circulaba de punta a punta del continente hace 3.300 años. El genoma de Yersinia pestis, la bacteria causante de la peor pandemia que haya conocido la humanidad, ha sido encontrado en un individuo del final de la Edad de Bronce enterrado en el dolmen de El Sotillo, una gran tumba familiar en Leza (Álava). Disfrutar de un alto estatus, como se observa por el ajuar con el que fue enterrado, no le salvó de convertirse en la primera víctima conocida del patógeno en la Península Ibérica. A miles de kilómetros de distancia y tan solo 500 años después, otro hombre moría por la misma causa en la región de Samara (Rusia). El estudio, publicado en PNAS, arroja luz, y muchas preguntas, sobre los orígenes de la temida muerte negra.
Los investigadores, dirigidos por Aida Andrades Valtueña, del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva (Alemania), examinaron los datos genéticos ya obtenidos de muestras de dientes de 252 individuos de quince sitios arqueológicos de Eurasia y reconstruyeron 17 genomas de Y. pestis que datan de hace entre 5.000 y 2.500 años.
«Cuando tienes un diente humano y extraes todo el ADN, la inmensa mayoría, el 99%, pertenece a microorganismos que colonizan el cuerpo y, en ocasiones, encuentras el patógeno que lo mató», explica Iñigo Olalde, de la Universidad del País Vasco (UPV) y uno de los científicos que obtuvo los genomas de los individuos enterrados en El Sotillo, publicados en 2019. La presencia de Y. pestis hallada ahora en uno de ellos revela la causa de su muerte. Si hubiera sufrido la peste y se hubiera recuperado, no habría rastro de la bacteria. «Que solo aparezca el patógeno en uno no significa que los demás no lo sufrieran, el ADN se degrada y no es fácil encontrarlo», aclara Olalde.
Ubicaciones de los genomas de Y. pestis
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PNAS
El análisis también reveló que durante al menos 2.500 años, coexistieron dos cepas de Yersinia pestis diferenciados genéticamente: una capaz de infectar utilizando a la pulga como vector de transmisión (la que provocó las grandes epidemias del siglo XIV) y otra, que no empleaba esta forma de infección, y que terminó por desaparecer hace unos 2.000 años.
Curiosamente, la cepa que se transmitía a través de la pulga fue la encontrada en el individuo de Álava y en otro de la región rusa de Samara, de una a otra punta del continente europeo. «Probablemente la bacteria estaba en toda Europa, pero el registro arqueológico es parcial y no se ha encontrado», señala el investigador. «De hecho, se ha descubierto más de la otra cepa. Pero no podemos saber cómo se transmitía ni cuál era su reservorio porque no llegó hasta la actualidad», dice Olalde.
Hasta qué punto la peste impactó en las poblaciones de la prehistoria también es un misterio. Los investigadores creen que su propagación pudo facilitarse por una mayor movilidad humana, marcada por la intensificación del pastoreo, y posibilitada por la propagación de carretas y carros tirados por bueyes, así como por la domesticación de caballos. «Pudo hacer bastante daño, pero como la densidad de población era muchísimo menor, probablemente no llegaron a producirse esas grandes epidemias que encontramos en otras época históricas», argumenta Olalde. «Hay menos de 150 genomas de esta bacteria en la prehistoria. Hace falta encontrar más para tener una respuesta. Si el campo del ADN antiguo es nuevo, el de los patógenos antiguos todavía más», añade.