CILAC entrevistó al senador Guido Girardi, presidente de la Comisión Desafíos del Futuro y del Congreso Futuro de Chile. Con una postura crítica se refirió al cambio de civilización y a la era digital que, necesariamente, debe renovar al sistema político, para integrar la tecnología en clave de derechos humanos. Sobre esto también expuso en los coloquios de Ciencia en Movimiento que impulsa la UNESCO en el Foro CILAC
En 2011, el entonces presidente del Senado chileno, Guido Girardi, impulsó la creación de una comisión permanente de ciencia, tecnología e innovación, con la principal distinción de estar conformada no sólo por políticos. En la misma mesa que los parlamentarios se sentarían desde entonces las máximas autoridades académicas de las universidades y los miembros de la Academia Nacional de Ciencias de Chile. Cualquiera de ellos puede presentar proyectos de ley y asistir a cualquier otra comisión legislativa. Una alianza entre el Estado y la ciencia única en el mundo.
“Lo hicimos porque entendemos que no se puede seguir diseñando políticas públicas desde las capacidades propias que tienen los parlamentarios. Somos analfabetos en términos relativos para muchos de los problemas. Si tomas decisiones fundamentales sin opinión de los expertos (aunque esa opinión no es la única a contemplar) acabas diseñando políticas que no son abarcativas”, le explicó a UNESCO el senador chileno quien, además, participó en agosto del primer coloquio CILAC 2021, Ciencia en Movimiento, dirigido a tratar el vínculo entre ciencia y política.
También diez años atrás, Chile se adueñó de las tapas de los periódicos cuando lanzó la primera edición del Congreso del Futuro. A iniciativa del senador Girardi, desde aquel año, todos los enero, durante una semana, aterrizan en Chile desde todas partes del mundo intelectuales de renombre, quienes junto a científicos y académicos nacionales debaten sobre los temas del futuro. Cerca de 3.000.000 de personas han asistido a estos encuentros anuales tratando de formular preguntas que todavía no han sido planteadas para enfrentar el porvenir. Un encuentro altruista, donde ninguno de los más de 30 premios Nobel que han participado, cobraron por sus exposiciones.
Hace 10 años Chile aún se recuperaba de un duro y cruel terremoto. Dilma Russeff se convertía en presidenta de Brasil, Obama peleaba por la reelección en los Estados Unidos y transcurría la primavera árabe. ¿Qué le llevó a usted ese año a diseñar el mañana y crear la Comisión y el Congreso del Futuro en Chile? Algo sin precedentes en el mundo.
Mi historia personal. Yo estudié en un instituto francés y eso ya te da cierto perfil. Además vengo de una postura ecologista. Soy de izquierda, pero tengo otra matriz. Tuve un gran maestro: Edgar Morin. Me formé con él y con el pensamiento complejo. Cuando llegué a la presidencia del Senado tenía claro que estábamos entrando a una nueva era de la civilización. Y que nuestras instituciones, (todas: educación, salud, política, empresas) partían de un esquema de diseño industrial que tenía que ver con la segunda Revolución Industrial, muy centralizado de arriba hacia abajo. Muy jerárquico. Verticalista. Era la respuesta que la civilización había diseñado para un modelo analógico. Me di cuenta que ese modelo ya no servía para el mundo complejo que estaba emergiendo hace diez años. En 2011 vi los primeros síntomas de la obsolescencia de las instituciones.
¿La democracia estaba obsoleta en el siglo XXI?
Noté cierta irrelevancia progresiva que estaba empezando a tener la democracia. El mayor objetivo de la democracia debería ser generar inteligencia colaborativa para dar respuesta a los problemas de la gente. Esa inteligencia, que en el siglo XX se generaba por instituciones jerárquicas, en el siglo XXI comienza a dejar de funcionar así. Además, en el XIX y XX el mundo intelectual y científico estaba dentro del Estado y de los partidos políticos, pertenecía a la burocracia. En cambio, en el siglo XXI los intelectuales, junto a los actores más relevantes de la sociedad, se escaparon de la política. Se escaparon del Estado. Hoy están afuera. Y por lo tanto el Estado y sus instituciones se vaciaron de inteligencia. Ahora se los encuentra en las universidades, en la sociedad civil, pero no dentro del Estado.
Por lo tanto, si hoy tu quieres construir inteligencia colaborativa compleja, no alcanza solo con el Estado, debes ampliar tu capacidad para recoger esa inteligencia que se encuentra distribuida en la sociedad. Entonces, nace la idea nuestra, de construir este chasis de futuro con el mundo científico, académico y político, con el mundo intelectual organizado en sociedad civil. Nace la idea de unir lo que estaba dividido.
¿Qué generó el congreso en esta primera década de trayectoria?
Nosotros siempre decimos que el Congreso del Futuro es un laboratorio de innovación social. Es un espacio para explorar. Para tener curiosidad. Para romper la frontera. No estamos afiliados al presente. La política convencional es inmediata y presentista. La mayoría de nosotros también estamos cableados para que todo sea aquí y ahora, y esa conducta no tiene reflexión. El Estado entonces tampoco hace reflexión estratégica. Es un rehén de la inmediatez. En primer lugar, este congreso nos dio reflexión.
También hemos intentado transformar al futuro en un sujeto político. Hacernos cargo del futuro y que el futuro no sea una suerte de basurero del presente, sin representación ninguna, porque, igual, el futuro no vota. Ha sido una experiencia maravillosa.
Hablaba de un cambio de civilización que deja atrás el modelo analógico, ¿qué se espera de esta era digital?
La era digital está convulsionando todo. Rompe las instituciones analógicas porque éstas últimas no tienen capacidad de respuestas a las necesidades de la nueva era. Cuando yo hablo contigo en una conversación analógica, los impulsos eléctricos de mis neuronas van a 120 metros por segundo. Pero cuando lo hacemos por medio de un dispositivo electrónico, los impulsos van a 300 millones de metros por segundo. Pasamos de un mundo donde nuestras fronteras eran los cerebros (y, por lo tanto, vivíamos regulados por las leyes de la biología) a un mundo donde las fronteras son las leyes de la física. Es una irrupción total.
Además hay un proceso de aceleramiento gigantesco. Jamás registrado. Nunca antes la tecnología había evolucionado tan rápido. Antes, la plasticidad neuronal de nuestro cerebro se iba adaptando a los cambios. El fuego, la rueda, la imprenta, máquina a vapor, telégrafo, electricidad, teléfono, tv…Cambios relativamente lentos. Eran susceptibles a ser metabolizados por el cerebro. Pero ahora es diferente. Nunca antes en un periodo tan breve había existido una revolución tecnológica tan exponencial, que nuestro cerebro no tiene capacidad de procesar. Hablo de la inteligencia artificial. Desde el año 1992 con la llegada de Internet, o 2007 con el Iphone…en estos últimos nueve años se han dado los cambios más profundos que ha vivido la humanidad y nuestro cerebro no llega a adaptarse. No es capaz de procesar el mundo que viene, ni la inmensidad de datos que nos rodea, ni el potencial de la inteligencia artificial.
¿Cómo impacta ese desfasaje entre el avance tecnológico y la adaptación social?
Aparecen más brechas, y es parte de lo que discutimos hoy día: las fronteras. No solamente está en cuestión la democracia y el humanismo liberal -que tiene que ver con el sentido de vida: la elección de pareja, de candidato, el trabajo, la ideología, etc-. Estamos entrando en una fase donde cada vez le atribuímos más poder a las máquinas. Ya no somos nosotros los que tomamos decisiones de, por ejemplo, por quién votar: el ejemplo más claro fue el de Cambridge Analytica, con el Brexit y las elecciones americanas.
Hoy los algoritmos te dicen qué comprar. Cada vez más ellos determinan nuestra vida. Y empezamos a trasladar nuestras decisiones a los algoritmos. Usamos WAZE, el GPS, e incluso, el ámbito más íntimo de la vida, terminamos usando Tinder, y transformamos el amor en una utilización matemática. Le entregas lo más íntimo de tu vida a una máquina sin resistencia alguna.
¿Dónde y cuándo acaba todo esto?
Vivimos una fase de transformación donde no solamente está en cuestión el modelo de sociedad y de civilización, la visión ideológica, sino también la continuidad del homosapiens. Hoy la tecnología hace que nuestra historia, que hasta ahora había sido resultado de la evolución natural, mute. El motor es el ser humano, porque puede modificar su hardware, puede modificar su cuerpo. Por lo tanto, vamos a vivir una evolución humana a escala tecnológica. Que tiene otra velocidad. Esto implica la necesidad de adecuar y actualizar todo tu chasis, todo tu sistema institucional de democracia y educación, que están hechas para el siglo XX, no para el XXI.
Tal como describe usted el panorama, queda claro que la política necesita integrar a la ciencia. ¿Pero qué gana -o pierde- la ciencia al integrarse con la política?
La ciencia por sí misma es muy peligrosa. Una ciencia sin consciencia, sin ética, nos puede destruir. Puedes tener la ciencia que desarrolló la energía nuclear, pero el hombre tiró las bombas atómicas. Ahí la política se vuelve fundamental. Es el camino para aportar a la ciencia una dimensión ética. Tiene que articular la dimensión provida. Pro derechos. Pro equidad. Pro respeto a la salud del planeta.
¿Y el sistema político está a la altura?
Yo creo que la política, que se ha enrarecido y ha perdido relevancia y también sentido, debe reponerse. Porque cuando aparece un problema, por ejemplo, el Cambio Climático, nos enfrentamos a un problema político no tecnológico. Cuando tienes tres países, como China, EEUU e India, que generan la mitad de las emisiones contaminantes, es un problema político, no técnico. Si el resto de los ciudadanos del planeta no nos unimos frente al poder de este tridente que no piensa disminuir sus emisiones, de hecho las siguen aumentando, estamos condenados. Condenados a una catástrofe que es evitable. Con esfuerzos individuales, no vamos a llegar a nada. Entonces la política debe volver a tomar su pulso.
¿Qué pasa si el sistema político global no da la talla?
Un mundo sin democracia es un mundo muy peligroso. Porque allí es cuando emerge el populismo. Si la política no se renueva, si es obsoleta, si es anacrónica, si no es capaz de dar respuestas, si la democracia no se adapta a esta nueva sociedad, si la política no se hace más horizontal, si la política no recupera legitimidad y credibilidad, estamos en un grave problema.
Los seres humanos requieren certezas. Requieren de certidumbre y ahí surge el populismo. De izquierda o de derecha. Ya hay ejemplos en el mundo. Son visiones que no generan respuestas, sino que capturan la emoción de las personas de forma transitoria. Y degradan más la política todavía. Entonces lo que tenemos que plantearnos es el desafío de democratizar el futuro. De cómo enfrentar el populismo, de cómo enfrentar la irrelevancia de la política, tenemos que reponer la política.
¿Qué resultado le ha dado a Chile lanzar la comisión y el Congreso?
Hemos impulsado una reforma constitucional para reconocer un nuevo derecho humano, que son los derechos neuronales. Se publicará a finales de septiembre en el diario oficial. Juntamos a los 25 científicos más importantes del planeta en neurociencia y generamos un grupo para establecer las bases de este derecho, y a partir de eso, nosotros presentamos las bases para una reforma constitucional. Los neuroderechos son un primer acercamiento para legislar el futuro. La idea es que ninguna autoridad pueda dañar la integridad de los ciudadanos sin el debido consentimiento.
El cerebro es el nuevo campo de batalla. La guerra en el siglo XXI no es una guerra caliente como en el XIX o mediados del XX. Tampoco es una guerra fría. Es una guerra silenciosa. Una guerra por los datos. Y el poder lo tendrá quien maneje esos datos. También estamos trabajando en una ley que regule, en este sentido, el funcionamiento de las plataformas digitales como Facebook.
Es que los puntos donde se disputa el poder el poder ya no son los pozos petroleros, sino los cerebros de las personas. De tu cerebro se extraen los datos, se disputa tu atención. Ahora se lucha por tu atención para capturar datos, y después poder modificar tus conductas.
¿Las plataformas concentran el poder actual?
En el siglo XX, el que controlaba el petróleo, controlaba el poder. Pero el factor geopolítico del siglo XXI ya no es más ese. Tampoco lo son las fuerzas de motor a combustión tradicionales. Hoy entramos en una era en donde el petróleo del siglo XXI son los datos. Y los motores del siglo XXI, son los algoritmos. Pero hay una diferencia. Antes, cada vez que usabas el combustible, el combustible disminuía. Y los motores del siglo XX eran estáticos. En cambio, ahora, los motores del algoritmo son dinámicos y están evolucionando a una velocidad gigantesca.
Nunca había ocurrido que el combustible fuera exponencial. Va a haber un tsunami de datos gigantesco lo que va a empujar el desarrollo de la inteligencia artificial de manera exponencial. Y al mismo tiempo, los algoritmos (que reproducen el funcionamiento de la corteza cerebral) también evolucionan a una velocidad alarmante. Eso hace que la inteligencia artificial progrese de un año a otro 100 veces. La capacidad de memoria se duplica cada 18 meses. En 10 años más, con la computación cuántica, la capacidad de memoria se va a duplicar cada segundo y la inteligencia artificial va a ser un millón de veces más poderosa que el año anterior.
En el 2045 la inteligencia artificial va a ser mil millones de veces más potente que todos los seres humanos juntos y se va a tener una capacidad de memoria artificial de otro planeta. Mientras la memoria de los seres humanos no evoluciona, es la misma desde el homosapiens. Entonces vamos a tener brechas gigantescas entre la inteligencia de los humanos y la inteligencia artificial. Con la capacidad cada vez más poderosa que van a tener los sistemas neuronales artificiales. Y eso tiene que ser parte de una discusión urgente.
Si bien Chile ha dado un gran primer paso, ¿cómo valora usted el estado de situación del resto de América Latina al conjugar política, ciencia y derechos humanos?
Esos tres elementos no están actualmente articulados en ningún lugar del planeta, no es un problema de Latinoamérica. No están en Francia, no están en Europa, no en EEUU. Lo que pasa es que en EEUU hay un supra poder: un nuevo imperio. Las plataformas son un nuevo imperio, capaz de reemplazar a ciudades completas. Alcanza con ver que, hoy en día, ya no es la NASA la que viaja a marte; las plataformas privadas son las que llegan a marte. Las universidades ya no crean los mejores avances en nanotecnología, por citar otro ejemplo, lo hacen las empresas privadas. Son estas plataformas: son Google, son Facebook, las que se llevan todos los premios nobel, porque tienen recursos para pagarlos.
¿Usted es optimista en que nuestra región avanzará integrando estos nuevos desafíos?
Yo soy pesimista, y por eso creo que hay que luchar. Si no hacemos nada, si cándidamente le entregamos el poder a las plataformas, difícilmente podremos cambiar el futuro que hoy se proyecta. Por eso propongo y trabajo por un mundo progresista que discuta sobre el futuro. Que discuta la ciencia y la tecnología, pero con valores de democracia, de equidad, de igualdad. La ciencia y la tecnología pueden ser muy peligrosas si la dejas en manos del interés del negocio, si la controla Silicon Valley, un interés que quiere ser inmortal y superar al humano. Van a trabajar para eso. Será una disputa muy difícil.