Conoce las 5 temáticas principales a abordarse durante la cuarta edición del Foro CILAC
El 5 de diciembre de 2017, la ONU proclamó el Decenio de las Ciencias Oceánicas para el Desarrollo Sostenible de 2021 a 2030 con el propósito de establecer un marco común capaz de garantizar que la ciencia apoye plenamente los esfuerzos de los países por alcanzar los objetivos de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible.
En este sentido, la Directora General de la UNESCO, Audrey Azulay, ha manifestado que:
El desarrollo sostenible no es sólo una aspiración a largo plazo, es una necesidad, no sólo para el futuro mismo de la humanidad, sino también cada vez más importante para el presente. Para construir un mundo más deseable, necesitamos comprender mejor y respetar mejor el océano, que contiene el 97% de agua en la tierra y cubre el 71% de la superficie del planeta.
El Decenio brindará una oportunidad única en la vida para sentar las nuevas bases entre ciencia y política a fin de fortalecer la gestión de los océanos y costas en beneficio de la humanidad.
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La Asamblea General de Naciones Unidas, reconociendo que los países en desarrollo afrontan desafíos específicos al acceder a las ciencias y las tecnologías modernas, destacando la necesidad de cerrar las brechas que existen dentro de los países y entre ellos, y resaltando la importancia de la financiación y la creación de capacidad, proclamó el período 2024-2033 Decenio Internacional de las Ciencias para el Desarrollo Sostenible, en el marco de las estructuras vigentes y con los recursos disponibles, como oportunidad única para que la humanidad utilice el papel crucial que desempeñan las ciencias en aras del desarrollo sostenible en sus tres dimensiones como uno de los principales medios de implementación y también para responder a los complejos desafíos de nuestros tiempos a fin de lograr un futuro seguro y próspero para todos;
Asimismo, invitó a la UNESCO a que dirija la implementación del Decenio, y a todos los Estados Miembros y organizaciones competentes del sistema de las Naciones Unidas y otras organizaciones e interesados pertinentes (comunidad académica, organizaciones de la sociedad civil, sector privado), a que observen la importancia de todas las ciencias para el desarrollo sostenible y creen conciencia al respecto, y a que participen activamente, de acuerdo con las nacionales, en la promoción de un enfoque coordinado, colaborativo y científico a fin de proporcionar a las instancias normativas los análisis de base empírica y los datos necesarios para establecer y aplicar eficazmente políticas de manera que no se deje a nadie atrás.
La ciencia abierta es un movimiento que pretende hacer la ciencia más abierta, accesible, eficiente, transparente y beneficiosa para todos y todas. Impulsada por los avances sin precedentes en nuestro mundo digital, la transición hacia la ciencia abierta permite que la información y los datos de los productos científicos sean más accesibles y más fácilmente compartidos con la participación de todas las partes, contribuyendo a reducir las brechas que existen tanto entre los países como al interior de ellos
De su lado, junto con estos énfasis, existe clara conciencia acerca de los complejos desafíos emergentes a la hora de concebir políticas de ciencia abierta, con lógicas que muchas veces parecen enfrentarse: aspectos financieros y presupuestales, normativas de derecho internacional conjugadas con diversidad de realidades locales, multiplicidad de actores en la mesa de discusión, equidad de género en el acceso a oportunidades, innovadores mecanismos de estímulo a la inversión, y un largo etcétera que conviene discernir.
Más allá de estos desafíos, la propia Recomendación sobre Ciencia Abierta, suscrita por la UNESCO en 2021, señala la importancia de incorporar la ciencia ciudadana y participativa como elemento esencial de las políticas y prácticas de la ciencia abierta en los ámbitos nacional, institucional y de la financiación, en una estrategia de mayor profundización del vínculo entre ciencia y sociedad.
La ciencia abierta no solo debería fomentar un mayor intercambio de conocimientos científicos únicamente entre las comunidades científicas, sino también promover la inclusión y el intercambio de los conocimientos académicos de grupos tradicionalmente infrarrepresentados o excluidos (como las mujeres, las minorías, los investigadores indígenas y los investigadores de países menos favorecidos y de lenguas con pocos recursos) y contribuir a reducir las desigualdades en el acceso al desarrollo, las infraestructuras y las capacidades científicas entre los distintos países y regiones.
Nuestras sociedades llevan hoy en su trama interna un hilo conector entre el género productivo, científico, tecnológico y cultural que no es otro que la participación de la inteligencia artificial en todos los procesos cotidianos de nuestra vida.
La Inteligencia Artificial (IA) es la aliada que el desarrollo sostenible necesita para diseñar, ejecutar, consultar y planificar mejor el futuro de nuestro planeta y su sostenibilidad. Una tecnología como la IA nos ayudará a construir de manera más eficiente, a utilizar los recursos de forma sostenible y a reducir y gestionar mejor los residuos que generamos, entre otras muchas cosas.
Sin embargo, son muchas las preguntas que surgen a partir del desarrollo de estas tecnologías, y en CILAC nos venimos ocupando de ellas desde hace tiempo:
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La actividad espacial siempre ha sido sinónimo de progreso tecnológico y económico. La dimensión económica del espacio existe desde hace tiempo, sobre todo en el sector de las telecomunicaciones. Del total de los USD 339 mil millones que tuvo en ingresos la economía del espacio a nivel global en 2016, los servicios satelitales representaron el 38%, y dentro de los servicios satelitales el 82% fueron de telecomunicación satelital. Desde este punto de vista, por tanto, la economía del espacio no es nueva.
Sin embargo, se están produciendo una serie de cambios que sugieren una evolución sustancial del marco económico. A partir del marco regulatorio en EE. UU., en los últimos años estamos asistiendo a la entrada de agentes económicos, empresarios, inversores, financieros, capital de riesgo, etc., que no proceden del sector espacial pero que han empezado a invertir en él atraídos por sus perspectivas de innovación y su potencial de crecimiento económico.
La entrada de particulares en el sector espacial conlleva, entre otras cosas, un planteamiento radicalmente distinto del riesgo, elemento claramente relevante en este sector. Sin embargo, desde esta lógica, cuando se trata de recursos públicos, inevitablemente el enfoque hacia la innovación y el desarrollo de nuevos productos debe contar con la necesidad de minimizar el riesgo, lo que se traduce en tiempos de desarrollo más lentos y mayores costos.
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Esta propuesta se legitima en la necesidad de asumir la ciencia como otro espacio para el desarrollo humano, devolverle a la vida su carácter sagrado y reconocer desde la vivencia que somos elementos esenciales de un sistema mayor organizado en función de la preservación y cuidado de la vida.
La ciencia es la mayor empresa colectiva de la humanidad. Nos permite vivir más tiempo y mejor, cuida de nuestra salud, nos proporciona medicamentos que curan enfermedades y alivian dolores y sufrimientos, nos ayuda a conseguir agua para nuestras necesidades básicas –incluyendo la comida–, suministra energía y nos hace la vida más agradable, pues puede desempeñar un papel en el deporte, la música, el ocio y las últimas tecnologías en comunicaciones. Finalmente, aunque no por ello menos importante, la ciencia alimenta nuestro espíritu.
La ciencia ofrece soluciones para los desafíos de la vida cotidiana y nos ayuda a responder a los grandes misterios de la humanidad. En otras palabras, es una de las vías más importantes de acceso al conocimiento. Tiene un papel fundamental del cual se beneficia el conjunto de la sociedad: genera nuevos conocimientos, mejora la educación y aumenta nuestra calidad de vida.
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