Cuando la bala de Minié se convirtió en la principal enemiga de los cirujanos militares

Por 01/04/2021 Portal

La Guerra de Secesión Americana (1861-1865) fue la primera guerra a gran escala de la modernidad, con armas de fuego de alto alcance y manufacturadas en masa. La aparición de la fotografía, unos años antes, permitió que los civiles conocieran de primera mano las pavorosas matanzas que tenían lugar en el frente de batalla.

Según la Civil War Society de ciento setenta y cinco mil casos de heridos en extremidades, treinta mil terminaron en amputación. Hay quienes han criticado que los cirujanos militares abusaran de la sierra, ya que amputaban brazos y piernas tan rápidamente como los soldados podían ser colocados en las improvisadas mesas de operaciones.

Los heridos solían esperar su turno junto a los cadáveres, y muchas veces barracas, cocinas y morgue compartían un mismo habitáculo, por lo que las epidemias de disentería y fiebre tifoidea estaban a la orden del día.

Falta de asepsia y anestesia
La única anestesia que disponían los cirujanos en aquellos momentos era el cloroformo, una sustancia química que administraba, habitualmente, otro soldado que hacía las veces de ayudante de quirófano. El desconocimiento de la farmacología y de la dosis adecuada hizo que en muchos casos el anestésico provocase una parada cardiorrespiratoria antes de empezar la cirugía. Cuando no había cloroformo, algo que tampoco era inusual, se suministraba whisky.

Muchos cirujanos carecían no sólo de pericia sino también de los conocimientos quirúrgicos básicos, ya que no era excepcional que un lego se hiciera pasar por doctor sin serlo, evitando así ir al frente de batalla. Para superar el examen de admisión tan sólo había tenido que demostrar mínimos conocimientos de anatomía.

Por si todo esto no era suficiente, además había que añadir la falta de asepsia en los quirófanos. Debido a que en aquella época todavía no había nacido el campo de las enfermedades infecciosas era bastante habitual ver al cirujano limpiar el bisturí con la suela de su bota entre dos intervenciones.

Las posibilidades de sobrevivir a la cirugía en el bando de la Unión –los de norte- se reducían al veinticinco por ciento, una cifra que se nos antoja baja, pero superior, sin duda, a la de los Confederados que ni siquiera pudieron llevar un registro de los fallecidos.

Un tipo de heridas desconocidos hasta el momento
En el verano de 1862, tras la Segunda Batalla de Bull Run, al enorme trabajo diario de los cirujanos sureños se añadió una nueva dificultad: comenzaron a observar un tipo de heridas inéditas hasta ese momento.

A los quirófanos llegaban heridos con un único orificio de entrada, pero con varios puntos de salida, además durante el trayecto el proyectil había provocado fracturas de huesos largos, pérdida de la integridad ósea, evisceraciones abdominales y desgarros de vísceras.

La razón de todo aquel dislate anatómico no era otra que el ejército de la Unión había incorporado a su arsenal un nuevo proyectil de fusil -que sustituía las balas redondas y lisas- bautizado como «bala de Minié».

Claude-Etienne Minié (1804-1879) fue un coronel del ejército francés de vida errante que terminó su carrera profesional como armero jefe de la compañía Remington en Estados Unidos. Durante toda su vida se quejó de que las balas redondas tenían poco alcance, escasa precisión -debido a la resistencia del aire- y poca letalidad.

Todas estas áreas de mejoras fueron la semilla de la aparición de una bala de su creación, de forma semipiramidal, con un núcleo central duro y la parte anterior y exterior más blanda y rallada, y, lo más importante, una capacidad destructiva mucho mayor.

La invención de Minié dejó a los cirujanos a los pies de los caballos de la muerte, con pocas posibilidades para realizar una cirugía reconstructora eficaz. Muchas veces tan sólo les quedaba o bien la amputación o bien observar pasivamente la evolución, casi siempre cruel y fatal.

Pedro Gargantilla es médico internista del Hospital de El Escorial (Madrid) y autor de varios libros de divulgación.