Era 1966 cuando Joseph Weizenbaum, pionero de la inteligencia artificial en el MIT, descubrió que tenía algo incómodo entre manos. Había desarrollado uno de los primeros chatbots, una computadora capaz de fingir una conversación humana con razonable éxito. Se llamaba Eliza, y se convertiría en un hito para esa tecnología incipiente. Pero también en un punto de inflexión para su inventor, después de observar el efecto que ejercía sobre las personas. Weizenbaum quedó horrorizado tras dejar que su secretaria usara Eliza: al cabo de un rato, le pidió que saliera de la habitación para tener intimidad en su conversación con la máquina. La anécdota sirve para leer con perspectiva el fenómeno actual del ChatGPT.