A Javier Bandrés, un profesor universitario de 64 años, le gusta tanto deambular por los cementerios que sus amigos le llaman, de cachondeo, Drácula. Una soleada mañana de otoño camina acelerado por la mayor necrópolis de Madrid, La Almudena, para mostrar su último descubrimiento. “¡Es la única tumba rosa que he visto en este cementerio!”, exclama señalando un sepulcro rosáceo que desentona en el laberinto gris en el que están enterrados millones de muertos. En la lápida hay un nombre sin apellidos, Mercedes, y una fecha: el 11 de agosto de 1903. Es la tumba perdida de Mercedes Roca, un auténtico poema de piedra concebido por el poeta Juan Ramón Jiménez.