Las borrascas de ahora vienen con nombre propio: Armand, Béatrice, Claudio, Denise, Efraín, Fien, qué sé yo. Parece ser que solo se bautizan si lo merecen, es decir, si son lo suficientemente intensas para ello.
Crónica de la locura
La lluvia nunca defrauda cuando se trata de la ficción. Porque la lluvia, junto con el viento y la sombra, es uno de los atributos propios de las grandes narraciones desde la primera edad del mundo, cuando el lenguaje dejó de ser inocente y las cosas empezaron a tener nombre. De esta manera, nuestros ancestros construyeron mitos; relatos racionales armados a partir de símbolos, enigmas cuya solución se encuentra contenida en el mismo enigma. En lo más remoto de nuestra mitología, en lo más profundo de nuestro inconsciente, habita el relato bíblico.
Sin ir más lejos, el capítulo del arca de Noé nos traslada hasta aquella primera edad del mundo, cuando el diluvio universal cayó sobre la Tierra durante 40 días y 40 noches. Una vez que la tormenta amainó y las aguas empezaron a ceder, entonces Noé soltó una paloma, que apareció de vuelta pasada la mañana. Traía una rama de olivo en su pico. El mensaje lo interpretó Noé de la única manera posible, es decir, que las aguas se habían retirado.
A partir de esta imagen que forma parte del inconsciente colectivo, el cineasta Werner Herzog tomó impulso. Lo hizo con la violencia de un perro que hinca sus dientes en la pierna de un ciervo. La visión deslumbrante de un barco en lo alto de una montaña se había apoderado de él. Era su obsesión. Acompañado por la voz de Enrico Caruso, el cineasta alemán emprendió su aventura. Werner Herzog tardó más de 40 días y 40 noches en subir el barco hasta la cima para que su película Fitzcarraldo quedase coronada como una pieza sublime de delirio cinematográfico. Nadie había llegado a tanto.
Tal vez Orson Welles tuviese inspiraciones parecidas. Tal vez. Lo cierto es que cuando el barco alcanzó la cumbre, Caruso dejó de cantar y Herzog se dio cuenta de que los pájaros gritaban de dolor. Era el lamento ancestral que traía los ecos de un olivo milenario, de cuando el diluvio embarró la Tierra y el cuervo negro se entretuvo en preñar con su pico a todas y cada una de las aves que Noé refugió en su arca.
Algo parecido cuenta el relato inaugural de nuestra mitología escrito por Moisés bajo inspiración divina, aunque, bien mirado, todo indica que fue Satán el verdadero autor de esta crónica de la locura.