La humanidad descubrió antes el planeta Urano, en 1781, que la existencia de un sexto continente en la propia Tierra. El tardío hallazgo de la Antártida y sus ciclópeos acantilados de hielo, en 1820, desbocó la fantasía de los escritores. Edgar Allan Poe imaginó una ruta llena de tribus salvajes sanguinarias. Julio Verne fantaseó con una esfinge magnética en pleno Polo Sur. Y Lovecraft situó allí las montañas de la locura, pobladas por voraces criaturas fétidas. La glacióloga holandesa Veronica Tollenaar, nacida en Ámsterdam hace 30 años, cuenta la historia real, igual de asombrosa, mientras camina despreocupada por la Antártida profunda. Bajo el manto de nieve, relata la investigadora, no hay monstruos ni reliquias de civilizaciones olvidadas, pero sí rocas espaciales llegadas de otros mundos, quizá con señales de vida alienígena. La noticia más esperada —que los seres humanos no estamos solos en el universo— podría esconderse en alguna parte bajo sus botas.