En 1996, seis años después del lanzamiento del telescopio espacial Hubble, la NASA ya pensaba en la «próxima gran misión más allá», incluso antes de que el mítico observatorio empezara a revelar increíbles instantáneas cósmicas. Aquel día, los ingenieros, Pierre Bely y Peter Stockman , garabatearon sobre una servilleta -que se conserva entre los archivos del Goddard Space Flight Center de la agencia espacial estadounidense- un modelo en el que ya se podía ver un enorme panel solar y un espejo desplegable. Eran los inicios del telescopio espacial James Webb (que al principio fue bautizado como Telescopio Espacial de Nueva Generación ), en el que la NASA, la Agencia Espacial Europea (ESA) y la Agencia Espacial Canadiense (CSA) llevan trabajando desde entonces. Ahora, 25 años después de aquel dibujo apresurado, tras múltiples retrasos, recortes de presupuesto, cambios de diseño e incluso una pandemia, el James Webb es una realidad. Todo está listo para revelarnos las primeras imágenes, un aperitivo de a dónde nos llevará el Webb, muy atrás en el tiempo, hasta el momento en el que surgieron las primeras galaxias. De una servilleta a las primeras estrellas. El telescopio fue lanzado la pasada Nochebuena, si bien su enorme estructura viajó plegada la mayor parte del tiempo en el cohete Ariane 5. Ahora, una vez desplegado, una de las cosas más impactantes de su estructura es el enorme parasol, el escudo que aísla sus ‘ojos’ de la cegadora e intensa energía del Sol. Porque algunos de sus componentes tienen que estar a temperaturas de -210 grados Celsius para funcionar correctamente. Creado con un material parecido al que utilizan las mantas térmicas y de un tamaño de una cancha de tenis, tiene cinco capas que le permiten operar con normalidad. «Al final tuvo que ser el doble de grande que el de la servilleta, porque si no actuaría como una especie de vela y los vientos solares harían girar al telescopio de forma descontrolada», explica a ABC la astrofísica Macarena García Marín , investigadora de la ESA y científica del instrumento MIRI, uno de los cuatro a bordo del observatorio espacial. También remarcables son sus 18 espejos recubiertos de oro, que una vez extendidos, han creado un ‘superespejo’ de 6,5 metros que ahora muestran todo su potencia. MÁS INFORMACIÓN Lo que se juega la NASA con las primeras imágenes del telescopio James Webb Pero, hasta llegar a este punto, el proyecto sufrió toda clase de altibajos. En un primer momento, se planteó una misión en la que se invertiría medio millones de dólares y que sería lanzada en 2007, una suerte de telescopio ‘low cost’. Pero Dan Goldin , admnistrador de la NASA durante casi todos los noventa, pensó que sería «demasiado modesto», y que su espejo, la principal herramienta para poder ver mejor y más lejos, debería de llegar a los ocho metros de diámetro en vez de los cuatro pensados originalmente (el Hubble tiene 2,5 metros). Siguieron años aún más convulsos: hasta 16 retrasos en la fecha de lanzamiento, incluidos una crisis en 2011 que amenazó con acabar con la misión («la comunidad científica se agrupó para pedir que continuara el proyecto, y al final salió para delante», recuerda García Marín, quien lleva involucrada en el James Webb desde que comenzara su doctorado, allá por 2003) y, recientemente, una pandemia, que obligó a posponer muchas de las pruebas previstas y varias fechas de lanzamiento. Porque no solo la financiación ha sido responsable de la demora. También las características propias del observatorio. El James Webb -que debe su nombre no a un astrónomo, sino a uno de los principales impulsores del programa Apolo- orbita a 1,5 millones de kilómetros de la Tierra, mucho más lejos que el Hubble -que está a unos 600 kilómetros-, lo que impide que misiones de astronautas puedan ir a repararlo, como ocurrió con su antecesor. «Se está hablando de posibles misiones robóticas, pero lo cierto es que el diseño no está pensado para ello», explica la astrofísica. Todo debía funcionar a la perfección desde el primer momento, por lo que las pruebas fueron tremendamente exhaustivas. Como otros instrumentos espaciales, se actualizará cada cierto tiempo con cambios en el software, pero si hay algún daño físico, será casi misión imposible repararlo. De hecho, la colisión de un pequeño fragmento de meteorito hizo temer lo peor a sus responsables y la NASA ha confirmado que se dañó uno de los segmentos el espejo; sin embargo, el Webb ha podido operar normalmente y ofrecer las tan ansiadas primeras imágenes . Además, en previsión, muchos componentes se encuentran por duplicado para que, en el peor de los casos, el telescopio pueda seguir operando, trabajo que al menos desarrollará durante cinco años, extensibles a diez. La NASA incluso calcula que podrá estar en activo durante dos décadas. Los cuatro instrumentos a bordo Near InfraRed Camera (NIRCam) Se trata de una cámara infrarroja con cobertura espectral que irá desde el borde de lo visible hasta el infrarrojo cercano. Llamado ‘el ojo en el cielo’, verá los objetos más lejanos del Universo visibles en este rango. Es clave para que los 18 espejos trabajen como uno solo. Construido por la NASA. Near InfraRed Spectrograph (NIRSpec) Otro espectroscopio que también opera en el infrarrojo cercano. Es muy ambicioso, puesto que puede ver a la vez cien objetos o más a la vez. Construido por la ESA. Mid-InfraRed Instrument (MIRI) Instrumento que medirá el rango de longitud de onda del infrarrojo medio, algo que lo diferencia con el Hubble. Observa objetos más fríos y más distantes (por lo tanto, más antiguos) que el infrarrojo cercano. Sin embargo, necesita un sistema de refrigeración más potente para poder operar a -210 grados Celsius, por lo que tiene un sistema de criogenia propio que funciona como una especie de ‘nevera’ que lo mantiene más frío que el resto de instrumentos. Fue desarrollado en colaboración entre la NASA y la ESA Fine Guidance Sensor and Near Infrared Imager and Slitless Spectrograph (FGS/NIRISS) El estabilizador fabricado por la Agencia Espacial Canadiense, estabilizará la línea de visión del observatorio durante las observaciones científicas. Las mediciones del FGS se usan tanto para controlar la orientación general de la nave espacial como para conducir el espejo de dirección para estabilizar la imagen. Construido por la CSA. NIRCam y MIRI tienen coronógrafos bloqueadores de luz estelar para poder observar objetivos débiles como exoplanetas y discos circunestelares cercanos a estrellas brillantes. La clave de su vida radica en el combustible: al tener una órbita muy amplia, se tendrán que llevar a cabo correcciones en la trayectoria, un ‘impulso’ que devuelva al observatorio a su sitio. Una vez se termine, el telescopio saldrá de la órbita y se perderá en el Sistema Solar. «Y así es como debe ser, es uno de los requisitos para no aumentar la basura espacial que ya existe en nuestra órbita». Pero hasta que ese momento llegue, James Webb nos enviará imágenes de algo que nunca hemos visto: la luz de las primeras galaxias. Y no solo eso, pues también será capaz de divisar exoplanetas potencialmente habitables. Para García Marín, el papel del James Webb en la historia no estará definido hasta que termine su misión, posiblemente en la década de 2040: «Lo más increíble va a ser lo que no estamos esperando».