Casi todos los cráneos de la Sima de los Huesos en Atapuerca sufrieron golpes y aplastamientos

Por 11/03/2022 Portal

Junto al ADN, los fósiles nos proporcionan una valiosa información sobre los seres vivos que nos precedieron, incluídos nuestros antepasados humanos. Gracias a la información genética y morfológica que esos restos nos regalan, podemos saber cuál era el aspecto de nuestros ancestros, cuántas especies humanas hubo en cada momento, cómo se cruzaron entre sí, de qué se alimentaban, el tamaño de sus cerebros, las enfermedades que habían padecido y de qué murió cada uno de los propietarios de los huesos estudiados. Si además junto a los restos aparecen también herramientas y artefactos, nuestro conocimiento se amplía a sus culturas, sus formas de vida y sus avances tecnológicos.

No hay duda de que los yacimientos de fósiles son auténticos tesoros de información. El hallazgo en 2010 de un pequeño fragmento del dedo de una niña, por ejemplo, bastó para descubrir a los denisovanos, una especie desconocida hasta aquél momento y cuya importancia sólo ahora está empezando a conocerse.

A pesar de ello, hay algo que la inmensa mayoría de los yacimientos no puede revelar. La relativa escasez de restos, en efecto (no más de uno o dos individuos en cada sitio de excavación, a menudo representados sólo por algunos fragmentos óseos aislados), no permite conocer aspectos importantes de las sociedades a los que esos individuos pertenecieron. ¿Cómo se relacionaban entre ellos? ¿Cuál era la jerarquía social? ¿Qué enfermedades predominaban? ¿Eran violentas las relaciones dentro del grupo? ¿Y con otros grupos de humanos? Ese tipo de estudios han estado siempre fuera del alcance de los investigadores.

Hasta que llegó Atapuerca. Allí, en plena sierra burgalesa, las colinas y las cuevas de la zona ocultan el mayor y mejor conservado registro de ocupación humana que existe. Un registro que abarca un periodo de cerca de un millón de años. Y solo en uno de los varios yacimientos de Atapuerca, la Sima de los Huesos, un pozo de 15 metros de profundidad al fondo de una cueva de más de 500 metros, se han encontrado ya más de 2.000 fragmentos fósiles, excavados pacientemente a lo largo de tres décadas. Fósiles que han podido poco a poco ser unidos hasta reconstruir veinte cráneos prácticamente completos. Y eso no es todo. Según la información recabada de los dientes, ‘ahí abajo’ debe de haber por lo menos otros diez más. No en vano se trata de la mayor colección de fósiles humanos del mundo. Algo que cambia por completo las cosas y que permite, por primera vez, abordar estudios que resultan imposibles en cualquier otro lugar.

Uno de esos estudios pioneros es el llevado a cabo por los paleontólogos Noemi Sala y Ana Pantoja-Pérez, del Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana (CENIEH), junto a Ana Gracia, de la Universidad de Alcalá y Juan Luis Arsuaga, de la Universidad Complutense y co-director de los yacimientos de Atapuerca. En un artículo publicado hace unos días en ‘The Anatomical Record’, los investigadores han elaborado un extenso catálogo en el que se recogen todas las modificaciones óseas sufridas por los veinte individuos de la Sima de los Huesos antes, después y en el momento de su muerte.

«Hasta la fecha -comenta Noemí Sala, primera firmante del estudio-, contamos en la colección con 20 individuos representados por sus cráneos y mandíbulas, de los 29 estimados por la dentición. Este número tan elevado de especímenes ha permitido un estudio sobre la tafonomía forense de una población fósil, algo impensable fuera de las paredes de esta sima burgalesa”

La tafonomía es una disciplina paleontológica que se ocupa de analizar los fósiles para averiguar qué les ha sucedido a los individuos desde su muerte hasta su excavación. “Analizando aspectos como marcas y fracturas en los fósiles -explica la investigadora-desciframos procesos como si de una autopsia se tratase».

Vidas violentas
El catálogo revela que aquellos humanos conocían bien el significado de la violencia. De hecho, en él se documentan hasta 57 lesiones craneales con signos de curación en los individuos de la Sima, lo que revela que debieron producirse sin duda antes de la muerte. Se trata de lesiones de morfología circular que afectan a la bóveda craneal de la práctica totalidad de los individuos (17 de los 20 especímenes). Los investigadores creen que se trata de traumatismos lo suficientemente fuertes como para hundir el hueso y que fueron producidos por golpes contundentes en las diferentes regiones del cráneo.

Esos fuertes golpes en la cabeza, además, no distinguen entre sexos y edades, lo que indica que todo el grupo estaba igualmente expuesto a episodios generalizados que causaban impactos no letales en la región craneal.

En nueve de los veinte individuos, sin embargo, sí que se hallaron impactos letales.

De esos nueve individuos, en efecto, seis presentan fracturas penetrantes (agujeros circulares con similar tamaño) en la región izquierda de la nuca. Este patrón es tan recurrente que deja poco margen a la interpretación. Las lesiones fueron producidas de forma intencionada y el equipo de científicos cree que fueron víctimas de ataques violentos.

El estudio se completa con las modificaciones óseas producidas después de la muerte y cuyas causas suelen deberse al peso de los sedimentos. No se han encontrado marcas que indiquen que los cuerpos, tras su muerte, fueran arrastrados largos trechos por la cueva.