Si los seres humanos tienen un problema, siempre habrá otros que vivan de ofrecerle soluciones, las tengan o no. En todas las culturas y durante toda la historia ha habido profesionales dedicados a aliviar el miedo a la muerte y a las incertidumbres de la vida, aunque sus habilidades para combatirlos fuesen sobre todo historias de esperanza y consuelo. Durante milenios, el trabajo de sacerdotes y médicos no fue muy distinto y la eficacia para acabar con males concretos fue muy limitada, dependiente casi siempre de la habilidad artesanal del chamán o del cirujano. Desde hace dos siglos, sin embargo, la aplicación del método científico transformó la medicina. La identificación de algunos microorganismos como causa de enfermedades letales como la viruela o el tifus permitió combatirlas con higiene, antibióticos o vacunas, salvando millones de vidas. Y el conocimiento preciso de los fallos fisiológicos que provocan dolencias como la diabetes hizo posible diagnosticarlas y tratarlas con un éxito.